
Desde
que tengo uso de razón literaria siempre he tenido un libro de Haruki Murakami
pendiente. Y aunque no sé si podría entrar dentro de la categoría “autor
prolífico”, lo cierto es que el racionamiento de sus obras han creado una
sensación de perpetua presencia. No conozco a nadie que haya sufrido una sequía
murakaminiana. Este paquete de cuentos me remiten directamente a aquéllos que
yacían dentro de Sauce Ciego, Mujer
Dormida. Aquél fue mi primer encuentro con la narrativa breve del japonés,
un laboratorio de experimentos con fluorescentes parpadeantes que otorgaron a
mi idea de tiempo y espacio un salto evolutivo. Esto lo digo porque he olvidado
muchos pasajes de sus novelas más emblemáticas, pero tengo aún arraigado dentro a un hombre que usa pasta italiana para aislarse o la contemplación de los males
del mundo en el vómito provocado por un consumo excesivo de cangrejo. Sí,
Murakami es ortodoxo en sus novelas y un espíritu kitsune en su narrativa breve. Estos siete cuentos vuelven a dejar
claro la viveza de la fantasmagoría contemporánea. Porque, ¿qué es una historia
de una ausencia sino una historia de fantasmas?