Qué
tontería de nombre, ¿no? Sam Pink. Suena a personaje de Nickelodeon venido
a menos. Y sin embargo estamos ante el enemigo Número 1 de todo lo
preestablecido hasta la fecha. Procedente de esa Generación Anomia de la que
tanto se habla a colación del más conocido Tao Lin, sale este engendro
postnarrativo cuyas palabras están cargadas de imágenes violentas. Frases tan
centradas en el impacto del simbolismo sucio que el autor se ha visto obligado
a pagar el precio de la coherencia interna. Son poemas. Obras de teatros.
Microrrelatos. Pero no en el sentido en el que estos géneros se sienten cómodos
en tu cabeza.
No,
olvídate de la comodidad. Es lo primero que Sam Pink ha estrangulado con sus
propias manos.
Aunque
tenga cierta trayectoria en Estados Unidos, casi nada hay traducido de este
artista disfuncional. Este Voy a clonarme, luego matar al clon y comérmelo me
llega gracias a la editorial argentina Triana. Tengo entendido que también
Alpha Decay traerá algo de él este año. Y no puedo más que admirar el valor de
la pequeña editorial barcelonesa porque esto es lo más indigesto he tragado en
mucho tiempo.