Llevo
un tiempo fuera. Casi tanto como esta novela. Quizás un poco menos. Diversos
proyectos han colapsado mi agenda y, si bien es cierto que en ningún momento he
dejado de escribir sobre libros, he perdido algo de asiduidad en las redes. De
antemano pido disculpas a los pocos que quedéis por aquí. Tampoco sé si esto es
un comeback en toda regla o el
paréntesis que necesitaba.
Recuerdo
que hace un tiempo escribí esta lista, cuya función principal era subrayar mi
falta de constancia. Hace unos días volví a ella y entre todos esos títulos que
sigo queriendo leer, Intemperie me
miró directamente a los ojos. Ya sea por la escasez de libros que leo en
castellano original o por la aparente facilidad de una novela que en sus 200
páginas no me llevaría más de dos tardes finiquitarla. El libro de Carrasco me
ha dejado torcido en el buen sentido del término. Entiendo el boom mediático que tuvo lugar allá por
2013 cuando la novela salió publicada en España. ¿Ha perdido algo de vigencia
la fuerza de este título? Ni un ápice. Porque ese el súper poder de los
clásicos, que son atemporales.
El mapa es el territorio
Todo
comienza con una huida, con un niño enterrado por voluntad propia en un hueco
de tierra mientras es perseguido. Aquellos que lo buscan gritan su nombre en
mitad de un páramo desolado, un paisaje hostil donde es imposible que el niño
sobreviva. El pequeño aprovecha el manto de la noche para continuar su
peregrinación hacia cualquier otro lugar, una nueva cotidianeidad que le haga olvidar
la pesadilla de la que es presa. Contra todo pronóstico, en su caminar hacia la
condenación da con un anciano cabrero que le ofrece pan y cobijo a cambio de
usar la fuerza que comienza a nacer en el niño y que empieza a desaparecer en
el viejo. En esta simbiosis se crea una suerte de milagro que permite continuar
con vida al pequeño prófugo.
Sin
embargo, los intereses están tallados a fuego en la corazón de sus perseguidores
y no cederán en su intento de encontrar al niño. Será en estos momentos donde
la novela más afila sus garras, clavándoselas al lector y guiándole hacia una
resolución final dura, donde no hay cabida para redención.
El llanero solitario
Jesús
Carrasco sorprendió a propios y extraños hasta tal punto con Intemperie que las comparaciones
llegaron al nivel de Cormac McCarthy y Miguel Delibes. ¿Quién dijo contención?
Una novela que no puede ubicarse del todo bien en el tiempo. ¿Estamos en ante
un pasado remoto marcado por el éxodo rural o ante un futuro definido por el
fin de la tecnología y la vuelta a los orígenes? Carrasco establece un cuándo fantasmagórico que le ayuda a
descolocar al lector. La parquedad en palabras de sus personajes vibra en cada
página y se entiende gracias a esa atmósfera
hostil y seca en la que los personajes intentan sobrevivir. Es tal la necesidad
de ahorrar saliva que Carrasco otorga un nuevo valor a la palabra pronunciada,
usada sólo en caso de necesidad. Una depuración absoluta de aquello de lo que
hoy abusamos. Si lo que vas a decir carece de relevancia, guárdalo para ti, y
con ello la energía y la poca agua que resida en tu boca.
Puede
que los personajes no hablen mucho, pero Carrasco compensa esta carencia con
una dedicación minuciosa a la construcción de escenas. El lenguaje exacto le
otorga a la novela un nuevo nivel al que no suelo estar acostumbrado y
consigue fortalecer la relación con el castellano. Hacía tiempo que una novela no me obligaba a buscar
en el diccionario. Había olvidado los matices que, debido a la economía del
lenguaje, vamos obviando. Esta novela enaltece el cómo en su máxima expresión y
lleva a la narración a unos campos fértiles en lingüística, así como parcos en
formas de vida.
El Señor es mi Pastor
Hay
una dimensión religiosa en la novela. Algo propio del Antiguo Testamento que
subyace entre sus páginas. Una ética maniquea que separa al hombre de la bestia
aunque todos caminen erguidos. No es casualidad que cuando nuestro protagonista
está perdido encuentre a un pastor que guíe sus pasos y le dé amparo. Tampoco
lo es la sequía con tintes de plaga bíblica que asola los campos de la
novela. Cuando el mundo se rige por la
ley del más fuerte, sólo Dios posee el derecho a juzgar.
Lo
decía al principio. No son pocos los que han señalado a Intemperie como un clásico. Y no porque hable de nuestro momento
más actual, aunque existan paralelismos para hablar de factores intrínsecos a
la naturaleza del hombre, sino porque el relato se vehícula a través de ideas eternas.
Antes en el tiempo. En un futuro lejano. En la España profunda o en las zonas
costeras de Asia. Hay algo que le da vigencia a la novela, sea lea en el
contexto que sea. La idea de Dios. La capacidad de redención y de castigo. El
clima y la ecología como factores de riesgo. La inusitada revelación de
perdonar a los que nos ofenden. Y de librarnos del mal que reside en nosotros,
ya sea gracias a la intervención divina o a través de quemar los campos que no
volveremos a cruzar.
un buen libro, y el segundo me gustó más todavía. He tenido la suerte de escuchar al escritor en persona y es una persona muy agradable.
ResponderEliminarLo cierto es que lo he postergado pero al final me ha parecido una lectura fascinante. Y, por lo que tú dices, no descarto embarcarme en su segunda novela pronto.
EliminarGracias por pasarte Esther!