lunes, 25 de febrero de 2013

Aquí todo es mejor


Voy zanjando la lista de todos los Alpha Decay que quería leer. Puede que alguien me tache de hipster o de gafapasta de manual, pero lo cierto es que los títulos de su catálogo siempre me llaman la atención. Será que tienen a alguien en comunicación que lo hace muy bien. O que el diseño de sus libros es tan sumamente bonito que no puedo evitar adquirirlos por puro placer estético. O que sus historias me tutean desde la primera página, como si ya nos hubiésemos visto antes. Alguien dijo una vez que para conocer la historia de un lugar, de un momento, no hay que leer los periódicos, sino leer a los autores de dicho lugar, de dicho momento. Si esto es cierto, los libros de Alpha Decay están contando una historia de la que yo soy partícipe. Para bien o para mal, esta gente que habla, lo hace de mí y de los míos.

Hacerse adulto sin instrucciones

Y llegamos a los cuentos de Justin Taylor. Una colección de quince piezas que van desde la más absoluta exquisitez narrativa hasta la mera anécdota narrada sin la menor trascendencia. El maleficio de los libros de cuento prevalece aquí, haciendo que grandes historias convivan con otras menos dramáticas, más olvidables. Y es una pena, porque cuando Taylor lo hace bien, sus historias son refrescantes, multiperspectivistas y con el tono perfecto. Es el caso de “Una casa en nuestros brazos” donde un chico y una chica destinados a estar juntos prefieren jugar con otras personas antes que enfrentarse el uno al otro, a lo que realmente son. En otro cuento, “Resplandecientes gemas de la noche de los tiempos” una pareja disfuncional en extremo, mezcla literatura, torturas militares y cortadores de carne en sus prácticas sexuales. Piezas breves, carentes de una narración al uso, pero disfrutables como “Amber en la ventana en temporada de huracanes” o “Encontrándome” alegran el camino hacia el final del libro. Dándote una pausa, una tregua en ese aluvión de personajes que Taylor mete en sus cuentos por metro cuadrado.

martes, 19 de febrero de 2013

El cuento de la criada


Si leo ciencia ficción con frecuencia es porque necesito que algo llegue y que rompa los esquemas de lo que creía cierto. Ideas que pongan en pie de guerra lo que daba por sentado. Y es que distorsionando en extremo lo preconcebido puedo entender qué hechos, qué símbolos, qué actos dan forman a lo que entiendo por cotidiano. En esta novela de Margaret Atwood no hay naves espaciales, ni poderes extrasensoriales aunque no hacen falta para incluirla dentro de la literatura de género. El futuro que aquí se nos presenta es tan terrible que el individuo no tiene un enemigo al que enfrentarse. Ni una pantalla a la que dirigirse. Ni un cuerpo propio al que aferrarse.

El rojo no es un color

Las criadas son la solución para el gran problema que supone el descenso vertiginoso de la natalidad. Vestidas de rojo de principio a fin, son asignadas a familias con recursos para que pueden perpetuar el linaje. No hay posibilidad de réplica. Ya no queda nada de aquella vida de finales del siglo XX. Las libertades individuales y los sentimientos se han convertido en un tema tabú sobre el que hablar, una utopía por la que ya nadie lucha.

martes, 5 de febrero de 2013

Nosotros los animales


Llevo una ristra de lecturas breves a cuesta. Nada serio. Nada complicado. Nunca superan las doscientas páginas y están acorde con la falta de constancia que impera hoy día en mi vida. Leo. Dos, tres tardes y luego me despido. Todo iba según lo planeado. Hasta que descubrí a una alimaña en la estantería. Una bestia escurridiza que al intentar sacarla de su lugar, me mordió la mano. No iba a ser una lectura fácil. No por la prosa. No por el estilo. Sino porque estaba ante uno de esos libros raros con una soberbia insultante. De los que entre líneas guardan un cepo y una vez finalizados, al intentar alejarnos, vemos cómo nuestro pie no responde, nuestras siguientes lecturas no tiran. De alguna forma, me estoy viendo obligado a seguir entre animales. Comer con las manos. Comunicarme con gruñidos. Y es que hasta ahora no había rendido cuentas con la parte menos domesticada de mi persona.

Donde viven los monstruos

No hay periodo más animal que la infancia. Cuando uno aún no ha sido socializado. Cuando todo -o casi- está permitido. Son los 80 y en el barrio de Brooklyn hay una manada formada por tres hermanos dejados de la mano de Dios. Una madre cansada y ausente. Un padre vivo, volátil y violento. Todo el tiempo del mundo y un paisaje desolado lleno de carroña. Y hambre, el hambre como elemento definitorio de estos animalillos escuálidos y vivarachos. Las aventuras de estas criaturas son contadas aquí con la crudeza de la carne fresca y la belleza temporal de aquello que ha ocultado los colmillos por momentos.