viernes, 11 de febrero de 2011

Ensayo sobre la ceguera


Un ciego pierde la visión en un atasco. Su ceguera blanca no tiene lógica ni explicación, pero sí una capacidad de propagación nunca vista hasta la fecha. Como medida drástica, se aíslan a estos nuevos ciegos en un manicomio abandonado donde descubrirán la verdadera naturaleza del ser humano. La esencia de lo que realmente somos cuando nadie nos mira, a pesar de que entre ellos hay un par de ojos que aún pueden juzgar, discernir y, en último instancia, ver.



La novela de Saramago (Portugal, 1922 – España, 2010) no es un relato fácil ni accesible. Su estilo es denso, asfixiante, lento muchas veces, paratextual en demasiadas ocasiones. No tiene nada que ver con lo que estoy acostumbrado a leer. Pero, citando a El joven llamado Cuervo, una vez que cruzas la tormenta de arena, ya no eres el mismo. Y justo eso sucede con la novela de Saramago. A través de sus pastosas palabras consigue taparte los ojos, un proceso de transferencia necesario para que el lector entienda la dimensión antropológica de lo que aquí se cuenta.

La radiografía de nuestro tiempo es tan cruel que muchas veces uno tiene que sentir vergüenza propia. Las medidas que se toman para aislar a los infectados serían secundadas por la mayoría de nosotros en el caso de algo de este calibre tuviera lugar. Porque si algo hace bien este Premio Nobel es quitar todo el maquillaje social de nuestras relaciones y dejarnos desnudos, lanzarnos a un ambiente hostil en el que la cultura carece de cualquier tipo de influencia y la ley del más fuerte resucita la lectura más perniciosa de Darwin.

Stanley Kubrick dijo una vez que la prueba de que estamos ante una obra de arte son nuestras emociones, no la capacidad de explicar por qué es buena. Si nos basamos en este criterio, Ensayo sobre la ceguera es una de las grandes. Hay pasajes en los que necesitas cerrar el libro y salir a la calle, para oxigenarte, para fumar un cigarro y desconectar, para quedar con un amigo que te haga reír con facilidad. Para comprobar, en definitiva, que el mundo no se ha quedado ciego. Y es que este libro gigante se sustenta sobre una ironía cruel: si todo el mundo perdiese la capacidad de ver, comprenderíamos qué es el hombre. Y estoy seguro de que a la mayoría no le gustaría conocer esa respuesta.

Hasta la vista. Rezo por que así sea.


Sólo servimos para esto, para oír leer la historia de una humanidad que existió antes que nosotros, aprovechamos la suerte de tener unos ojos lúcidos, los últimos que quedan, si un día estos ojos se apagan, y no quiero ni pensarlo, entonces el hilo que nos une a esa humanidad se romperá, será como si estuviésemos apartándonos los unos a los otros en el espacio, para siempre, tan ciegos ellos como nosotros.

3 comentarios:

  1. Debo disentir en cuanto al estilo de Saramago en esta obra se refiere. A pesar de su falta de puntos, su estilo me pareció liviano y exquisito. Y ni que decir tiene su uso de las comas y agudeza al elegir adjetivos. Pocos libros (estilísticamente hablando) me han parecido más sencillos de leer y envolventes.

    En cuanto a la trama. Estoy de acuerdo: es soberbia. Lo mejor: la oportunidad de ver que da al ser humano.

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  2. Hola:
    A mí me ocurre lo mismo, tampoco me parece que el estilo de Saramago sea difícil. De hecho, aunque no completamente, trata de imitar la forma oral de narrar y el vocabulario, salvo escepciones, es bastante sencillo. Otra cosa es que sea una forma usual de escribir. Es cierto que a bastante gente le cuesta acostumbrarse a ella.
    Un abrazo.

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    1. Hola José, lo cierto es que a veces esas oralidad es algo inesperado dentro de los confines de un libro y puede cogerte desprevenido. Pero sí, una vez entras, puedes entender y jugar con las reglas expuestas por el autor.

      Y el viaje, bien merece la pena.

      Gracias por pasarte.

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