Tan sutil como lo nuestro
Se encuentran siendo unos niños, no se perciben entonces como una posibilidad sino como mera existencia con la que compartir responsabilidades escolares. Sakutarô y Aki, son dos alumnos que van creciendo en un ambiente protegido. En el camino hacia la adolescencia su curiosa y simple amistad va derivando en sentimientos mucho más profundos, pero igual de tranquilos. Lo apacible de esta historia se ve sacudido por una sombra funesta que los separará para siempre y que le otorgará a cada uno una nueva visión madura y compleja sobre lo que es la vida y la existencia del ser amado.
Una piedra se hunde en el agua
El sentimiento de algo frágil que puede romperse y que, de hecho, se rompe, empapa toda la novela. La pérdida del ser querido se asoma por las páginas. Se reflexiona sobre la muerte y la distancia. Gracias a las conversaciones que Sakutarô mantiene con su abuelo, vamos hundiéndonos más en la idea de la eterna permanencia a pesar de que lo físico no comparta el mismo espacio. No tiene nada que ver con cielos, ni infiernos. Aquí no hay fantasmas. Sólo las reverberaciones de un amor que se ha detenido en el plano menos importante, pero que sigue latiendo en campos en los que un humano puede trascender más allá de su propio concepto.
Una cápsula del tiempo y una postal de aquel verano
Estamos ante un libro pequeño, tan pequeño que sin darte cuenta se te habrá encajado en una costilla y ya nunca saldrá de ahí. Tenía miedo de que fuera una historia ñoña, edulcorada en grado sumo, pero estaba equivocado. El autor no abusa del sentimentalismo y nos invita a entrar en el mundo privado de dos enamorados que saben de antemano que van a perderse. Junto a ellos recorremos islas deshabitadas, cerezos en flor, primeros besos, secretos enterrados y puntos de vistas dispares que le otorgan al relato un aspecto bastante sólido dentro de su naturaleza efímera.
He de admitir que he llorado un poco. Y aunque no me gusta racionalizar las emociones que un libro me despierta –los trucos mejor no explicarlos-, sé cuál ha sido el motivo. La autenticidad. Un grito de amor desde el centro del mundo carece de ambición. No te promete nada. Y justo por eso se queda contigo. Porque en su silencio es sincero. Porque no explica nada que no conozcas. Porque el dolor implícito de sus personajes acaba tocándote en los dedos al pasar la página. Pero pasará el malestar, como las estaciones, como el otoño.
¿Cuál crees que es el verdadero carácter de la belleza? […] En la vida hay cosas que pueden realizarse y otras que no. Las que se materializan las olvidamos enseguida. Sin embargo, las que no podemos realizar, las guardamos eternamente dentro de nuestro corazón como algo muy preciado. Éste es el caso de los sueños o los anhelos. Me pregunto si la belleza de la vida no residirá en nuestros sentimientos respecto a aquello que no se ha cumplido. Que no se haya realizado no quiere decir que se haya malogrado inútilmente. Porque lo cierto es que ya se ha materializado como belleza.
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