Sam
es un joven escritor que vive en Manhanttan. O, cuanto menos, existe en
Manhattan. Ya que la gran desidia generacional de los jóvenes de nuestro tiempo
ha encontrado en él el canal perfecto para manifestarse. Ni siente, ni padece,
ni se eleva, ni cae.
Chatea en Internet con gente a la que nunca ha visto. Va a
fiestas a las que no sabe a ciencia cierta si ha sido invitado. Roba con
frecuencia víctima de una cleptomanía funcionalista. Pasa noches en la cárcel.
Se levanta tarde y recuerda durante cinco, diez minutos, qué no funcionó en sus
relaciones anteriores. Poco más se puede decir de Sam. Ni siquiera él puede
hablar en su defensa. Y no es que la
necesite o le importe. Porque ha construido un microuniverso deshumanizado
entorno a sí mismo que lo protege de todo lo que podría llegar a hacerle daño,
pero también de aquello que lo arrancaría de esa nota atonal en la que vive.
Claro que, no es que él quiera ser arrancado de ahí. O sí. No lo sabemos. Y él
no tiene ningún interés en contárnoslo.
Transferencias del cuerpo a la materia
Tao
Lin tiene un sentido muy particular de la narrativa. Y al decir “particular” no
quiero decir novedoso, rompedor o vanguardista. Más bien me refiero a algo que
se burla de la propia noción de narrativa. Suceden hechos inconexos. Los
personajes no pintan nada: llegan, dan su nombre, lanzan una frase sin sentido
y se marchan. No, no estamos ante un Arrabal ni ante un Beckett. Ni ante un
Coupland, como dice la contraportada. Ni con una Lydia Davis, como dice él
mismo. Ni siquiera ante el Easton Ellis de Menos que cero, que es la referencia
más palpable. Tao Lin no es siquiera una mezcolanza de todos estos autores. El
autor pertenece a una generación inclasificable en sí misma. Y es el ejemplo
perfecto de esa amalgama de intentos frustrados de llegar a algo. Cosa que
nunca sucede.
Siempre
me ha dado pereza la transferencia de propiedades autor – personaje. Pero es
ineludible hacer el ejercicio en este caso. ¿Es Sam un trasunto de su autor?
¿Estamos ante un autobiografía velada de Tao Lin? Lo más triste es que sea cual
sea la respuesta, acabado el libro, nos da absolutamente igual.
La soledad de los números de información
El
postmodernismo no ha acabado. El nihilismo se está auto regenerando. El
capitalismo sigue en boga. El teatro de lo absurdo se ha bajado de los
escenarios para conocer a su público. Y el movimiento verde está dando a luz a
los mejores ecoterroristas de su historia. Sentirse solo, vestir por encima de nuestras
posibilidades y beber leche de soja. Todo lo que define a la generación
perdida. Los hijos del laberinto urbanístico. Aquellos que llamamos a Atención
al Cliente para escuchar una voz que muestre un mínimo de interés. Sin saber,
sin entender, sin ubicar, sin mapas que nos indique dónde está la cruz roja.
Tao Lin es el símbolo de que algo no funciona del todo bien. Ni en las vidas de
estos jóvenes ni en la literatura actual. Todas esas ausencias, toda esa
porosidad en los cimientos que nos sostienen son el anticipo del debacle. La
caída –no muy alta- de nuestros sueños de convertirnos en algo más que en nosotros
mismos. Y no, no quiero creer en ello. No convivo bien con la falta de
emociones fuertes y orgánicas. No pertenezco, motu propio, a este alijo de tristezas inenarrables. O, cuanto
menos, no comulgo con este modo de ser narradas.
No,
Tao Lin y yo no estamos sentados en el mismo lado de la mesa.
-Ahora la gente espera que te suicides –dijo Jeffrey.
-¿Sí? –dijo Sam-. No sé. Puede que un meteorito me caiga encima después de que publique dos libros más. No sé, la verdad, no sé qué hacer, me refiero a qué hacer en general y todo eso.- Dibuja hámsteres –dijo Audrey.- Eso ya lo he hecho –dijo Sam.- Pues ya no hay nada más que puedas hacer –dijo Audrey.
Sí, mandarles a por un ejemplar de "Dejad de lloriquear" de Haaf, menos batido ecologico y más acción. Tao Lin no me disgusta, me aburre, me sofoca pero seguiré leyendo sus libros. Refleja una parte de mí de la que estoy muy avergonzada y me toca confrontarme a mi misma cuando leo sus libros. Te recomiendo Richard Yates, aunque parte de lo mismo: litros de tés verdes y existencia sin masticar.
ResponderEliminarMe estoy desacostumbrando a ese maldito estigma que es la desidia de mi generación. Qué ganas de que ni los libros crean que merezca la pena hablar de ella...
ResponderEliminarGracias por pasarte!
Me apunto ese Richard Yates!
Fíjate que lo primero en que he pensado al comenzar a leer la entrada ha sido en Brett Easton Ellis, veo que iba tan desencaminada, y esa referencia, además de lo que cuentas de la novela, me atraen hacia ella, no conocía ni al autor ni a la novela, así que gracias por la recomendación. Un abrazo
ResponderEliminarSí, cuándo lo leía -salvando las distancias esquizoides de Ellis- pensaba todo el tiempo en "Menos que Cero". Dale una oportunidad, al menos, para saber de qué madera está hecho este Tao Lin del que todo el mundo habla.
ResponderEliminarUn saludo Carol!