Y
llegó el día señalado. El juicio, al final. David Foster Wallace y yo nos hemos
cruzado. Una cita complicada por las expectativas depositadas el uno en el
otro. Y es que no sé si he estado a la altura. Tampoco sé si la fama que le
precede ha sido humo o fuego. Lo cierto es que tras leer estas Entrevistas breves con hombres repulsivos
aún sigo sin tener claro del todo lo que ignoraba del encumbrado y difunto
autor de La Broma Infinita.
A la caza del último hombre bueno
Las
relaciones en estos tiempos que corren son, en muchos casos, análisis
psicopatológicos de los miembros implicados. El amor requiere tratamiento. Y el
sexo nunca, nunca es la cura de nada. Ellos y ellas se lanzan a batallas que
saben de antemano que no pueden ganar. Y es ahí donde Foster Wallace muerde. Lo absorbe y
lo suelta en esta colección de cuentos y otros textos difíciles de definir, a
caballo entre muchas cosas.
Lo
más destacable son las entrevistas ficcionadas que dan título a la obra, donde
numerosos personajes –todos hombres, pero no todos repulsivos- hablan sin
tapujos de sus particularidades, en muchas ocasiones sexuales, a la hora de
tratar con señoritas. Sadomasoquistas, misóginos, eyaculadores precoces,
físicos onanistas, violadores y violados. El compendio de criaturas que reúne
el autor en estas entrevistas es cuanto menos ecléctico.
El
sexo es la lupa con la que Foster Wallace observa el mundo. El cajón desastre
donde sin querer dejamos sueltos nuestras taras mentales, nuestras carencias
emocionales. La cama como retrete de la psique es el punto de partida para
hablar del éxito, de la imposición, de la familia, del arte. Del dolor. Y es
que no es fácil fingir que no duele sin parecer de algún modo u otro repulsivo.
Oh! Fuck! Oh!!
No
tengo la más remota idea de si en cien años los academicistas tratarán a Foster
Wallace como el verdadero renovador de la narrativa de fines del XX. O como un
chiste dadaísta, sin gracia, sin sentido y gratuito.
Lo
cierto es que al mismo nivel que la inteligencia puntiaguda y abrasiva, se
encuentra el estilo del autor. El juego de las ilusiones, la magia exquisita de
la autorreferencia, el elogio al pie de página o el poco respeto hacia la
tipografía preestablecida. Sin embargo, en esta segunda apuesta es donde Foster
Wallace me provoca pereza. Cuando presupone de forma errónea que su historia
está en el modo en el que nos la narra. Obviando parte de su contenido o
volviéndose repetitivo hasta la saciedad. Y es una pena que haya gastado su tan
valorado tiempo en estos fuegos artificiales. Pudiendo haber apostado por su
inteligencia desmedida. Por su visión certera. Por ese caballo ganador.
No
voy a negar que quizás yo esté pecando de soberbia. Y que esos trucos en la
forma puedan parecerles a otros una auténtica genialidad. No ha sido mi caso.
Y, por desgracia, hay mucho más de estos artificios, que del auténtico subidón de
un Wallace analizando el alma humana, la conexión con los demás y el poder
transformador del trauma.
¿Quién paga la cuenta en la primera cita?
Siempre
existe el miedo de no estar a la altura. Cuando vas a una cita. Cuando estás
ante una audiencia que finge comprenderte. Cuando te enfrentas a un texto mitificado.
La frustración subyace. El comportamiento se vuelve torpe. No somos nosotros
mismos. La comodidad desaparece y en su lugar se planta el fantasma de la
perversión social, el encandilamiento fingido de estar disfrutando de la
velada, de la persona, de las palabras, cuando en el fondo sabemos que no es
así.
Cuando
Foster Wallace se tranquilizaba me parecía una delicia. Escucharlo me
fascinaba. Ver hasta dónde podían llegar sus razonamientos me ha parecido lo
más inteligente que he hecho en mucho tiempo. Sin embargo, cuando se hacía el
interesante jugando con las palabras de un modo ridículo, me entraban ganas de
levantarme y salir de allí pitando. Ahora, en perspectiva, no puedo decir si es
puro nerviosismo o si se comportó así por juventud o porque quería probarse
algo así mismo.
De
cualquier modo llegados a este punto no le he invitado a subir a casa. Pero
volveré a quedar con él. Porque creo, rezo, para que lo repulsivo sea sólo la
fase transitoria de un flechazo en toda regla.
Los engañaba a todos. A todos, el mundo era su público. Todo un Pulitzer. Y sé muy bien cómo suena todo esto […] Pero esta es la verdad: yo lo he conocido, por dentro y por fuera, y solamente ha tenido un talento en toda su vida: la capacidad de parecer brillante, para parecer excepcional, precoz, lleno de talento y prometedor. Sí, prometedor, todos acababan diciendo lo mismo: Es una promesa sin límites.
...cuando se derrumba todo lo que tiene alguna relación con el individuo que crees ser, entonces lo que queda, ¿qué es? ¿Qué es lo que queda, si es que queda algo? ¿Sigues vivo y por tanto lo que queda eres tú? ¿Y eso qué es? ¿Qué quiere decir “tú” ahora? Ha llegado el momento crucial, ahora es cuando descubres lo que eres de verdad para ti misma. Lo que la mayoría de la gente con dignidad, humanidad, derechos y todo eso nunca llega a saber. Lo que es posible. Que nada es sagrado de forma automática. De eso está hablando Frankl. Está diciendo que es mediante el sufrimiento, el terror y el Lado Oscuro como se revela lo que queda, y solamente entonces lo sabes.
"Cuando Foster Wallace se tranquilizaba me parecía una delicia. Escucharlo me fascinaba. Ver hasta dónde podían llegar sus razonamientos me ha parecido lo más inteligente que he hecho en mucho tiempo. Sin embargo, cuando se hacía el interesante jugando con las palabras de un modo ridículo, me entraban ganas de levantarme y salir de allí pitando."
ResponderEliminarFoster Wallace son extremos conviviendo con dificultad. El sr. Wallace es algo así como último mito posmoderno (el Rimbaud de nuestra generación). ¿Cuánto se ha inflado el mito Foster Wallace? ¿Hasta dónde se inflará (cuando casi nadie lo ha leído al completo)?
Estoy totalmente de acuerdo contigo Julio. Lo cierto es que hay demasiado ruido de fondo con Foster Wallace, y gran parte se debe a la sombra alargada que su prematura muerte dejó tras él.
ResponderEliminarTendré que seguir indagando en su obra breve o dar el gran salto y meterme de lleno en La Broma Infinita... Aún no lo sé.
Sigo comiéndome la cabeza por culpa de este autor maldito.
Gracias por pasarte!
Cuando Foster Wallace se tranquilizaba me parecía una delicia. ---> me servirá de aviso!
ResponderEliminarHanneke (!) dijo "Tengo la suerte de poder hacer cine, por lo que no necesito un psiquiatra. Puedo resolver mis miedos y todas esas cosas en mi trabajo. Ese es el privilegio de todos los artistas: poder resolver su infelicidad y sus neurosis para crear algo".
Su danza ingeniosa aunque transpira florituras bipolares, caos y redundancia. Temo sus ensayos pero me haré con Escoba de sistema y provocaré ese clash neurotico, quién saldrá victorioso... ¿? no lo sé.