No
pude resistirme. No iba a comprar ningún libro aquel día. Pero allí lo
encontré, destacando entre el resto. Su maravillosa portada con ese fugu gigante me impedía ver cualquier
otra cosa. Su título, a todas luces, una declaración de intenciones en toda
regla. Al darle la vuelta y leer su sinopsis, su extraña visión de un Tokio
pensado exclusivamente para el regodeo emocional del extranjero fue decisivo.
Salí de aquella librería incrustada en el costado de un museo de Barcelona con mi ejemplar de El
único final feliz para una historia de amor es un accidente. Aún no
sabía qué puertas estaba cruzando en aquel momento.
Gaijin, mon amour
El
extranjero es una falta de cortesía per
se. Un bárbaro incapaz de entender los matices del Japón milenario. Una
invasión sutil frente a la cual Mishima se reveló de la forma más macabra. Sin
embargo, una forma de rebeldía contrapuesta será llevada a cabo por Shinsuke
cuando caiga rendido ante los encantos de una polaco-rumana llamada Iulana. Una
ofensa, otra más, para su dictatorial y bizarro padre, el aclamado poeta Atsuo
Okuda. Retirado ya de los circuitos literarios y dedicado al cien por cien a la
observación y escrutinio de la vida de Tokio a través de una red de cámaras y
micrófonos instalados por toda la ciudad. En este voyeurismo analítico se va
gestando la venganza personal del padre contra el hijo. De la soledad con el
intento de algún tipo de amor. Del poder
ejercido por el simple hecho de poseerlo contra la intensidad de vivir una
historia cuyo desenlace no puede ser más que un accidente en toda regla.
Ya nos avisa desde el título.
En
este duelo paterno filial entrarán en juego una serie de personajes
surrealistas y viscerales que serán utilizados como armas arrojadizas entre
ambos bandos. Personajes que van desde una muñeca ingenua y artificial en cuyo
interior reside las cenizas de una madre muerta hasta un profesor del noble
arte de separar del pez globo lo exquisito de lo mortal.
Origami con cien reversos
Para
ser una novela breve, la sucesión de personajes es tremenda. Cada uno tiene su
voz construida. Aparecen, se manifiestan y aportan matices a la breve sucesión
de acontecimientos. Porque en el poco espacio sobre el que se extiende la
narración todo está calculado. Como una suerte de narrativa zen en la que se ha
medido al milímetro cada recodo, cada desembocadura, cada detalle añadido al
collage oriental, futurista y surreal sobre el que se ha cimentado la novela.
El
Tokio en el que nos introduce Cuenca es una manifestación ficcionada de una
realidad conocida por el autor. Si bien es cierto que recorremos calles y
lugares reales, también lo es que reverbera durante todo el relato esa imagen
occidental, divertida y extrema de la capital nipona. Y lo que aquí se cuenta
es tan rocambolesco que ubicar el relato en este espacio distorsionado acaba
añadiendo más ventajas positivas que negativas. No, desde la primera línea
sabemos que no podemos pedirle a Cuenca exactitud y ortodoxia ya que le haría
un flaco favor a lo que se nos cuenta aquí.
Riesgos compensatorios del veneno
Es
excesivo. Jugártela por un bocado. ¿Qué puede provocar en el paladar tanta
exquisitez? ¿Qué tipo de placer orgásmico estalla en la boca que ni miramos el
precio vital? He estado rondado una y otra vez sobre la idea de sentir algo tan
devastador que ni siquiera mires la guadaña que yace junto al plato, junto al
amante, junto a la sustancia, junto a la acción desencadenante que puede
torcerlo todo. Y me he dado cuenta. Qué lento soy a veces para entender lo que
importa. Y es que no es la parte sana la que nos electrifica, sino los aledaños
del veneno.
El
amor de Shinsuke a Iulana se sustenta en la posibilidad de morir de amor.
Literalmente. La amenaza constante y la supervivencia posterior. Es lo que
empuja a estos personajes a cometer cualquier exceso posible. Porque, si bien es
cierto que la parte deliciosa deja un buen sabor de boca, la parte perniciosa
nos explica de forma práctica la dimensión ontológica de una dentellada.
El fugu abierto así como el amor que se
cobija bajo la suela de un zapato son los únicos laberintos en los que rezas
para encontrarte con el Minotauro. Porque a veces uno sólo entiende que puede seguir
vivo bailando, pelvis con pelvis, con la posibilidad de que deje de estarlo
para siempre.
Joao Paulo Cuenca (Río de Janeiro, 1978) |
Para mí, ser riguroso significaba ser sincero. No privarme de nada. Ni siquiera de lo que yo no quería sentir. Ni siquiera de lo que yo no quería ver.
Y el señor Okuda también me contó que se dice la palabra “ahora” cuando el pasado se encuentra con el futuro, en este momento, en este otro, en el próximo y así sucesivamente, siempre en la frontera, fina como un pelo, entre dos piedras muy parecidas: lo que todavía es y lo que ya no será.
Mientras la extranjera lava la vajilla, yo me huelo los dedos y siento el olor rancio y agridulce del cuerpo de Iulana Romiszowska. Trabo las cerraduras de casa, tiro las llaves por la ventana y cierro las cortinas –quiero transformar el mundo en un halo negro para escapar de él y llevar conmigo a Iulana Romiszowska. Esa es la única fuga posible: no salir del lugar-.
Pues tiene muy buena pinta :D gracias por la reseña,quizás me anime a comprarlo :)
ResponderEliminarLa verdad es que es rarísimo, pero si te gusta la cultura japonesa, yo que tú me animaría.
ResponderEliminarGracias por unirte a esto, Akihaba Princess ; )