Hace
dos años tuve la suerte de cruzarme con la escritora de cuentos más extraña que
he tenido el gusto de conocer –con el permiso de Lorrie Moore-. Magia para lectores fue todo un
descubrimiento maravilloso que no pude dejar pasar por alto. Lo grité a los
cuatro vientos. Lo adopté como filosofía de vida. Enarbolé sus páginas en
fiestas y eventos. Sin duda, creía que era una experiencia que no volvería a
repetirse. Una conjunción planetaria única que hizo que las historias de esta
señora cruzaran el Atlántico hasta llegar a mi puerta. Y ahora,
inesperadamente, Seix Barral vuelve a traducir su última tanda de cuentos que
ha tardado en hornear casi diez años. ¿Es para tanto esta maldita Link? Lo es.
Lo es. Lo es. Y no sólo lo digo yo. Lo dice todo el mundo. Gente que conozco y gente no. Gente que ya no respira y gente hecha de otra pasta. Porque si algo tenemos en común los seres vivos de Este Lado y los del Otro Lado, es que no existe árbitro mejor que ella para controlar el juego sucio entre bandos.
Usted nunca ha sido una niña de trece años
Encontrar
denominadores comunes en la nueva colección de Kelly Link es toda una proeza.
Hadas esquivas que subcontratan a humanos para hacer las tareas del hogar.
Fantasmas de tríos sexuales desafortunados que persiguen a los otros dos
componentes de por vida. Convenciones de superhéroes y dentistas o actores que
reemplazan a hijos malcriados de gente rica para que finjan una vida ejemplar
antes las cámaras. Sí, podría seguir destacando todas las rarezas que se han
sembrado en este libro de relatos. Sin embargo, hoy he decidido quedarme con
sus protagonistas. Una banda de chicas de entre trece y cien años que hacen
frente como buenamente pueden a todo ese aluvión de cosas extrañas que suceden
tanto dentro como fuera de sus cabezas. Porque si ya es de por sí difícil ser
una adolescente común y corriente, no me puedo imaginar cómo debe de ser si
además tu mejor amiga colecciona novios artificiales y tú te acabas enamorando
de uno de ellos. Sí, todo muy retorcido.
En Las Vírgenes Suicidas, la ópera prima
de Sofia Coppola, un doctor le pregunta a la más pequeña de las hijas de la
familia Lisbon qué problemas puede tener una niña de trece años para querer
suicidarse. A lo que ella le replica “Obviamente Doctor, usted nunca ha sido una niña de 13 años.” Esta
respuesta podría grabarse a fuego en la contraportada de A mí no me engañas. Una colección de cuentos que alberga un sinfín
de chicas sacándose a sí mismas las castañas del fuego. Optando por hacer
frente a monstruos reales e imaginarios antes que gritar socorro y convertirse
en carnaza de superhéroes de segunda.
Kelly Link se ha inventado una cosa muy
extraña, muy absurda y muy molesta. Y es que los cuentos-atmósferas exigen que
toda tu atención se centre en tu capacidad para dejar ir. Olvídate de las ideas
preconcebidas del relato. Olvídate del giro final. Y del puñetazo en la cara.
Olvídate de las historias de habitaciones cerradas en las que un personaje,
quizás dos, desarrolla ante nuestros ojos un conflicto que resuelve con más o menos
aciertos. No, búscate a otra. Link no juega en esa liga. Ella es profesional.
Aquí hay muchos personajes. Muchos frentes abiertos. Muchas incógnitas al
principio del relato. Y casi más del doble al final. Todo es ambientación y disposición de elementos. Kelly Link nunca resuelve
nada en el sentido estricto del término. Sí, cierra sus relatos. Es decir,
llegados a cierto momento les clava un punto y final que duele como estacas. Pero
todo sigue sucediendo. Si hacemos el camino a la inversa, si levantamos el
cordón policial y desatendemos las exclamaciones de la autora en la que nos
exige que sigamos caminando, es posible que todo esté en plena ebullición. Que
sus personajes sigan tratando con lo sobrenatural o consigo mismos en términos
fantasmagóricos. En definitiva, que la historia que nos plantea en veinte
páginas, dé para una novela de las que pesan.
Hay dos relatos en esta colección que aún
me quitan el sueño. Dos de las muchas semillas encerradas en un tarro cuyos bosques en
potencia no paran de pedirme que los recorra de principio a fin. El
valle de las chicas y Luz son los mejores ejemplos de este tipo de
historias que te atrapan por todo lo que está sucediendo detrás de lo que se
cuenta. Núcleos de acción que quedan encendidos a pesar de que uno tiene que
pasar al siguiente relato sin poder dejar de mirar atrás. Intentando memorizar
cada detalle con el fin de seguir la historia dentro de uno mismo, elaborando
textos apócrifos, continuaciones no autorizadas de cuentos que siguen abiertos,
supurando, a niveles muy profundo de nuestra memoria reciente.
Tiendo a la insatisfacción. A la ración
doble. A ser el que llama después de la primera cita. A acumular libros que sé
que nunca leeré. Al montón. A la multirespuesta. Siempre quiero más de aquello
que me desnivela desde los tobillos hasta las cejas. Toda esa filosofía new age de la templanza y el no
necesitar no va conmigo. Soy, luego necesito. En mayúsculas. En negrita. En
vena. Requiero mucho de todo para que mi cabeza quede contenta. Para que el hambre
recoja sus cubiertos y deje de instigarme un rato. Quizás por eso no tiendo a leer
narrativa breve. Link siempre me recuerda por qué detesto leer cuentos. Y es que odio
que algo que me gusta mucho me sepa a poco.
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