lunes, 7 de diciembre de 2015

A mí no me engañas

Hace dos años tuve la suerte de cruzarme con la escritora de cuentos más extraña que he tenido el gusto de conocer –con el permiso de Lorrie Moore-. Magia para lectores fue todo un descubrimiento maravilloso que no pude dejar pasar por alto. Lo grité a los cuatro vientos. Lo adopté como filosofía de vida. Enarbolé sus páginas en fiestas y eventos. Sin duda, creía que era una experiencia que no volvería a repetirse. Una conjunción planetaria única que hizo que las historias de esta señora cruzaran el Atlántico hasta llegar a mi puerta. Y ahora, inesperadamente, Seix Barral vuelve a traducir su última tanda de cuentos que ha tardado en hornear casi diez años. ¿Es para tanto esta maldita Link? Lo es. Lo es. Lo es. Y no sólo lo digo yo. Lo dice todo el mundo. Gente que conozco y gente no. Gente que ya no respira y gente hecha de otra pasta. Porque si algo tenemos en común los seres vivos de Este Lado y los del Otro Lado, es que no existe árbitro mejor que ella para controlar el juego sucio entre bandos. 



Usted nunca ha sido una niña de trece años

Encontrar denominadores comunes en la nueva colección de Kelly Link es toda una proeza. Hadas esquivas que subcontratan a humanos para hacer las tareas del hogar. Fantasmas de tríos sexuales desafortunados que persiguen a los otros dos componentes de por vida. Convenciones de superhéroes y dentistas o actores que reemplazan a hijos malcriados de gente rica para que finjan una vida ejemplar antes las cámaras. Sí, podría seguir destacando todas las rarezas que se han sembrado en este libro de relatos. Sin embargo, hoy he decidido quedarme con sus protagonistas. Una banda de chicas de entre trece y cien años que hacen frente como buenamente pueden a todo ese aluvión de cosas extrañas que suceden tanto dentro como fuera de sus cabezas. Porque si ya es de por sí difícil ser una adolescente común y corriente, no me puedo imaginar cómo debe de ser si además tu mejor amiga colecciona novios artificiales y tú te acabas enamorando de uno de ellos. Sí, todo muy retorcido.

En Las Vírgenes Suicidas, la ópera prima de Sofia Coppola, un doctor le pregunta a la más pequeña de las hijas de la familia Lisbon qué problemas puede tener una niña de trece años para querer suicidarse. A lo que ella le replica “Obviamente Doctor, usted nunca ha sido una niña de 13 años.” Esta respuesta podría grabarse a fuego en la contraportada de A mí no me engañas. Una colección de cuentos que alberga un sinfín de chicas sacándose a sí mismas las castañas del fuego. Optando por hacer frente a monstruos reales e imaginarios antes que gritar socorro y convertirse en carnaza de superhéroes de segunda.


Un tarro lleno de semillas

Kelly Link se ha inventado una cosa muy extraña, muy absurda y muy molesta. Y es que los cuentos-atmósferas exigen que toda tu atención se centre en tu capacidad para dejar ir. Olvídate de las ideas preconcebidas del relato. Olvídate del giro final. Y del puñetazo en la cara. Olvídate de las historias de habitaciones cerradas en las que un personaje, quizás dos, desarrolla ante nuestros ojos un conflicto que resuelve con más o menos aciertos. No, búscate a otra. Link no juega en esa liga. Ella es profesional. Aquí hay muchos personajes. Muchos frentes abiertos. Muchas incógnitas al principio del relato. Y casi más del doble al final. Todo es ambientación y disposición de elementos. Kelly Link nunca resuelve nada en el sentido estricto del término. Sí, cierra sus relatos. Es decir, llegados a cierto momento les clava un punto y final que duele como estacas. Pero todo sigue sucediendo. Si hacemos el camino a la inversa, si levantamos el cordón policial y desatendemos las exclamaciones de la autora en la que nos exige que sigamos caminando, es posible que todo esté en plena ebullición. Que sus personajes sigan tratando con lo sobrenatural o consigo mismos en términos fantasmagóricos. En definitiva, que la historia que nos plantea en veinte páginas, dé para una novela de las que pesan.

Hay dos relatos en esta colección que aún me quitan el sueño. Dos de las muchas semillas encerradas en un tarro cuyos bosques en potencia no paran de pedirme que los recorra de principio a fin. El valle de las chicas y Luz son los mejores ejemplos de este tipo de historias que te atrapan por todo lo que está sucediendo detrás de lo que se cuenta. Núcleos de acción que quedan encendidos a pesar de que uno tiene que pasar al siguiente relato sin poder dejar de mirar atrás. Intentando memorizar cada detalle con el fin de seguir la historia dentro de uno mismo, elaborando textos apócrifos, continuaciones no autorizadas de cuentos que siguen abiertos, supurando, a niveles muy profundo de nuestra memoria reciente.


Tiendo a la insatisfacción. A la ración doble. A ser el que llama después de la primera cita. A acumular libros que sé que nunca leeré. Al montón. A la multirespuesta. Siempre quiero más de aquello que me desnivela desde los tobillos hasta las cejas. Toda esa filosofía new age de la templanza y el no necesitar no va conmigo. Soy, luego necesito. En mayúsculas. En negrita. En vena. Requiero mucho de todo para que mi cabeza quede contenta. Para que el hambre recoja sus cubiertos y deje de instigarme un rato. Quizás por eso no tiendo a leer narrativa breve. Link siempre me recuerda por qué detesto leer cuentos. Y es que odio que algo que me gusta mucho me sepa a poco.


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