De repente, un igual
Hans es un chico alemán que vive con sus padres en un pequeño pueblo. Su rutina se trastoca cuando un día llega a su clase un nuevo alumno, Konradin von Hohenfels, un conde al que todo mundo quiere acercarse. A pesar de la actitud esquiva que Konradin aplica en todos los intentos de acercamientos, Hans decide que quiere convertirse en su amigo. Tras una serie de estratagemas consigue que Konradin se fije en él y comiencen una amistad fuerte y sincera, fundamentada en sus múltiples semejanzas. Una amistad en un contexto que no le da importancia alguna al hecho de que Hans sea judío y Konradin no.
Nunca seremos los mismos
Mientras la novela ahonda más y más en la relación de Hans y Konradin, vamos apreciando cómo va cambia el trasfondo histórico. Los personajes satélites de la novela se van posicionando ante los procesos políticos llevados a cabo por Hitler en Alemania. Así como el padre de Hans piensa que es algo transitorio y que tarde o temprano caerá por su propio peso; la madre de Konradin ve al dictador como el salvador que Alemania esperaba, por lo que no ve con buenos ojos la relación de su hijo con Hans.
Mientras la Europa previa a la Segunda Guerra Mundial se va desmoronando, los amigos van probando su mutua lealtad a través de las opiniones de terceros, diferencias en cuanto a sus principios y la fortaleza de una conexión que contra todo pronóstico podría llegar a quebrarse.
Un pequeño ecosistema de dos plazas
La novela carece de todo tipo de ambiciones. No ahonda en hechos históricos. No hay grandes momentos de tensión hasta muy al final. No hace ruido. No intenta llamar la atención. Todas esas virtudes justo por las cuales Hans se fija en Konradin y viceversa. Uhlman (Stuttgart, 1901 – Londres 1985) nos regala una novela breve que contiene todo la levedad de una tarde de verano con nuestro mejor amigo, esa persona que usamos como punto de referencia para ubicarnos en el mundo. Y nos muestra el poder destructivo de una ruptura no merecida, impuesta por fuerzas mayores que son incapaces de ver que dos amigos acaban de descubrirse. En este Reencuentro, la única guerra que acontece es la interna, la única muerte que presenciamos es la de la ingenuidad de creer que las conversaciones de nuestra infancia sobre absolutamente nada durarían para siempre.
La política era cuestión de adultos y nosotros debíamos resolver nuestros propios dilemas. Y a nuestro juicio, entre éstos el más apremiante consistía en descubrir la mejor forma de aprovechar la vida, lo cual era muy distinto a dilucidar qué sentido tenía, si es que tenía alguno, y cuál sería la condición humana en ese cosmos alarmante e inconmensurable. Éstos eran los problemas de trascendencia auténtica y eterna, mucho más importantes para nosotros que la existencia de figuras tan efímeras y ridículas como Hitler y Mussolini.
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