miércoles, 1 de febrero de 2012

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Astilla de un mismo palo

La figura del padre ha sido explotada narrativamente desde el principio de los tiempos. Aún hoy el tema sigue teniendo mecha. Y es que la figura del progenitor siempre es una pieza clave en la resolución del filosófico “quién soy”. Incluso la ausencia de esta figura sigue haciendo correr ríos de tinta, viñetas esclarecedoras, mapas en los que no queda claro el punto de partida.



Alison Bechdel se enfrenta a la incógnita que supuso su padre en esta novela gráfica de marcado carácter autobiográfico. Haciendo alarde de un trabajo minucioso, disecciona a su familia desde el origen de la misma –antes de que ella naciera- hasta mucho después –cuando su padre fallece-. En esta epopeya de andar por casa descubrimos aspectos reveladores de su padre que definirán de forma irremediable la propia personalidad de la autora.

La sexualidad como foco de conflictos, la presión social, la sublimación a través del arte, la aceptación como punto de partida de la infelicidad. La familia como tensión de fondo, como telón con el que tapar a las personas escondidas tras los actores.


Tiempo de silencios


La autora no sigue la correlación de acontecimientos de forma ortodoxa. Va y viene al pasado y a su presente ya adulto. La nostalgia y las ganas de entender le hacen revisar cientos de anécdotas dispares que cohabitan con una suerte de hermosa armonía, como si retales de un patchwork se trataran.


El dibujo detallista, con cierto aire afrancesado, embellece el relato, lo empuja y mimetiza la realidad cuando la autora quiere reflejar de forma certera ciertos documentos, como son las numerosas fotos que pueblan la obra.

Leves escenas de sexo, poca mojigatería, un humor fino y tétrico, cierto exceso de referencias culturales y un sentimiento de búsqueda. Sobre estos ejes formales trabaja Bechdel para retratar su autobiografía. Su propia versión de la historia universal del silencio.


Sentado a la izquierda del Hijo


La madre es el cobijo. El padre, la primera oposición que encuentra el niño. Frente a la permisividad de la primera, se encuentra la indolencia del segundo. Edipo mata a su padre ignorando quién es. Alison ya lo encuentro muerto, pero de igual modo lo desconoce. Tiene la ventaja de haber convivido muchos años con él, pero de nada le sirve. La verdad no se deja cazar, pero se la intuye en la huida. Sacrificar quiénes somos por miedo a que los otros nos destruyan si llegan a descubrirnos. Crear una cortina de humo sólida, una familia por ejemplo. Lanzarse al amparo de la oscuridad para sofocar la resurrección de aquello que no se rinde. Son las reglas de oro que el padre de Alison tiene escritas a fuego.


Lo inesperado nos hace sucumbir. Una de nuestras mentiras nos imita con exactitud, su dolor es el mismo que el nuestro. En lo inhóspito de la ficción creada, surge un espejo que nos mira, que nos llama “papá” y que nos pregunta ¿Qué es más difícil: huir de uno mismo o de un hijo al que sólo podemos proteger quitándonos la máscara?”



En otra fotografía aparece –mi padre- tomando el sol en el tejado de la fraternidad justo después de cumplir veintidós años. ¿Sería su amante el chico que tomó la fotografía como lo era la chica que tomó esta polaroid de mí en una escalera de incendios el día que cumplí veintiún años? La toma exterior, la sonrisa forzada, las muñecas flexionadas, incluso el ángulo de la sombra que cae sobre nuestros rostros… Es lo más cerca que una traducción puede llegar a estar.

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