jueves, 14 de marzo de 2013

Buda en el ático


No voy a negar mi natural inclinación a recibir con los brazos abiertos cualquier lectura que tenga que ver de forma directa o indirecta con mi idolatrado Japón. Todo el mundo sabe que una buena disposición es clave para que un libro, una película, una obra de arte cualquiera acabe cuajando. Sin embargo, la novela de Julie Otsuka ha compensado con creces toda buena intención que pudiera tener hacia ella. Se ha alojado en una costilla y ahí sigue, enraizada y agitando, según el viento, todos los órganos con los que percibo. Me ha dado de lleno. Siento el tono efusivo, pero Buda en el ático ha conseguido convertirse en uno de los favoritos. Os presento a todo un caballo ganador.

Mil grullas

Empujadas por las promesas de sus futuros maridos de una vida llena de comodidades, un grupo de japonesas abandonan su país natal para probar suerte en América. Lo que allí encuentran dista mucho de lo que esperaban. La realidad no se hace esperar y se manifiesta ante estas mujeres aplastando sus sentimientos, su cultura y, finalmente, a ellas mismas. Cada una cuenta su historia, pero todas lo hacen con una voz común que las arropa y que las hace sentirse parte de algo en sus momentos más inhabitados. Las veremos llorar, tropezar una y otra vez, y alzarse con el fin de ver qué pueden conseguir de esa tierra desacostumbrada a los pasos lentos de estas mujeres.


La secreta pervivencia de su linaje a través de sus primeros hijos, los atisbos de cierto cariño cuando éste no procede de sus maridos y la desaparición silenciosa cuando su nuevo país las tache de enemigas. La breve historia de estas mujeres japonesas de las que no sabíamos nada hasta que apareció Julie Otsuka, sobrecoge por su sinceridad y se muestra increíblemente cercana a pesar del abismo cultural. Las vivencias que nos destrozan pueden hablar más de un idioma.


Historias de la palmo de la mano

Nunca pensé que un nosotras pudiera esconder tras de sí este inaudito torrente narrativo. Otsuka ha conseguido encerrar aquí dentro un millar de voces que pueden entenderse, que no se pisan y que nunca se muestran del todo. Todas las mujeres que se esconden en este librito de no más de 150 páginas demuestran que estamos ante el libro con el índice de población más alto por página de la literatura actual.

Como un concilio clásico de educadas japonesas de principio de siglo, cada una cuenta y calla cuando debe. Usan todas a la vez la fuerza implícita del individuo y elevan al conjunto a una nueva conciencia de lo narrativo. O quizás, permitidme que dude, volvamos atrás. Hacia esa historia oral propia del mundo femenino que casi hemos perdido, donde la historias se intercambiaban en mercados y plazas, donde con pocos datos uno reconstruía todo lo que había ocurrido. Ese saber popular de lo conocido que, como una red, se extendía entre todas las habitantes del lugar. Una red que a su vez ellas iban alargando en torno a sus maridos, a sus hijas o a sus enfermos. La vigencia absoluta del relato vivo que va creciendo en función de su contagio es lo que rescata Otsuka en su obra ganadora. Y funciona. Pensaba que habíamos olvidado este truco viejo, y aquí estoy, comulgando con los ojos cerrados con esta forma de contar una historia. Vaya si funciona.


Lo bello y lo triste

Ellas, todas, son luciérnagas migratorias. Brillando en distintas oscuridades, intentando encontrar el hogar en la propia opacidad. Es fácil, cuando se desea al nivel al que ellas lo hacen, confundir bombillas con soles. Y pasar años, vidas, revoloteando en torno a algo ficticio, a algo que puede desaparecer en cualquier momento.

Sucede de de un modo terrible y hermoso. Una luciérnaga no puede quedarse más de lo necesario junto a una misma luz. Y estas mujeres japonesas han entendido esto a la perfección. Aprenden a tragarse sus miedos, su propia luz, con el fin de no destacar en paisajes áridos como estos que las contienen. Y fingen sus orgasmos, fingen que es menor la magia que aún reside en sus tradiciones. En esta vulgarización de lo milenario se va quedando dormida la poca luminosidad que quedaba en escena.

Julie Otsuka, heredera de estas mujeres, enciende una vez más esta luz por miedo a que sus historias queden en completa oscuridad. No dejando que el olvido se atragante, en su voracidad ininterrumpida, con los cuerpos blanquecinos de estas supervivientes, de estas mujeres silenciosas de ojos rasgados y de pasos breves.

Julie Otsuka (1962, California)

Teníamos todas las virtudes de los chinos: éramos trabajadoras, éramos pacientes, éramos indefectiblemente educadas, pero ninguno de sus defectos: no jugábamos ni fumábamos opio, no nos peleábamos y nunca escupíamos. Éramos más rápidas que los filipinos y menos arrogantes que los hindúes. Éramos más disciplinadas que los coreanos. Éramos más sobrias que los mexicanos. Éramos más baratas de alimentar que los habitantes de Oklahoma y los de Arkansas, tanto blancos como negros. 

6 comentarios:

  1. Todo un descubrimiento. Ya estoy deseando leer no solo este libro de Otsuka, sino también "Cuando el emperador era Dios". Seguramente conectaré más con el segundo ya que en 2009 visité el centro de "recolocación" de Manzanar en California. Por cierto, ¿la referencia a los libros de Kuwabata? Un abrazo.

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  2. A mí me fascinó la historia, lo cierto es que se hace llegar. Y ya tengo en el punto de mira "Cuando el Emperador era Dios", a ver si me gusta tanto como éste.

    Tuve que ser toda una vivencia, no? Lo de la visita. Ya contarás.

    En cuanto a Kawabata, una mera licencia estilística que me he tomado ; )


    Gracias por pasarte Manel!

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  3. No puedo evitar sentirme irremediablemente atraído al leer la reseña, de hecho mi primera reacción ha sido trasladar la idea de lectura al cuaderno de notas pero tengo que mantener en mente mis limitaciones. Conozco poca literatura japonesa, con el autor que más he disfrutado ha sido con Kawabata, Murakami me gusta y es más accesible, se acerca a Occidente y suena a jazz. Leo con el temor de terminar "Lost in translation", para ti, que hablas el idioma, puerta principal de la cultura debe de ser mucho más fácil percibir lo que forzosamente se encuentra sólo leyendo entre líneas. Haré lo que pueda... Un abrazo :)

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  4. Paseando me he topado con tu blog: me quedo, me gusta y te sigo¡

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  5. Me pasa igual, tengo una predisposición hacia la literatura japonesa, así que apunto el título sin dudarlo. Un abrazo

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  6. - José, lo cierto es que vivo con intensidad cualquier lectura que toque, aunque de forma tangencial, la idea de Japón. Y lo cierto es que ésta vive esa fascinación sin transcurrir en suelo japonés. Es una muy agradable lectura y el país del Sol Naciente pervive en sus letras, como un fantasma, como una aparición. Es curioso el resultado, sin llegar a lo explícitamente experimental. Si lo lees, ya me dirás. Un abrazo!!

    - Archiduquesa, gracias por pasarte! Siéntete libre de husmear por donde quieras. Un saludo!

    - Hola Carol! Qué de tiempo sin saber de ti! Creo que el toque femenino intimista de este grupo de mujeres japonesas puede encandilarte como lo ha hecho conmigo. Es una lectura rápida que no exige mucho tiempo. Dale, si puedes, una oportunidad. Un abrazo para ti y Emma!

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