Uno
nunca sabe cómo enfrentarse a los clásicos. Siempre se va con esa inseguridad
de no saber si se estará a la altura. El miedo a no entenderlo. El miedo a
entenderlo y que no te guste. Cuando se mira de frente a obras consolidadas,
siempre tendemos a apartar la mirada antes de que algo mayor que nosotros nos
deslumbre. Es como pedirle que baile contigo a la chica más popular de la
fiesta. Claro que el mundo siempre es mucho peor en nuestras cabezas. Así que
basta con acercarse. Y leer la primera línea. Y decir “Hola”. A partir de ahí,
uno actúa en función de lo que vaya sucediendo. Da igual cómo acabe el
encuentro. Al final, uno siempre tiene una historia que contar. En este caso, la de cómo salí vivo de la depresión de Esther Greenwood, protagonista de La
campana de cristal.
Insuficiencia de oxígeno
Ser
becaria con gastos pagados en una revista de moda en la Gran Manzana podría ser
el sueño de toda chica. Esther Greenwood, sin embargo, lo encuentra algo
superficial. Vestidos, maridos, brunchs, no son para ella la meta a perseguir.
Sin embargo, allí está. Desde su pequeña ciudad hasta el corazón de Nueva York,
Esther nos narra en primera persona las
desventuras de salir del cliché en el que se siente inserta. Y las ganas de
arrojarse a cualquier tren en marcha que la lleve a vivir nuevas experiencias.
Claro que todo tiene un desenlace y cuando su estancia en Nueva York toca a su
fin, empieza la verdadera novela.
El
regreso de la hija pródiga a su vacía, tradicional e inconsistente tierra natal
será vivido por Esther como el descenso de una campana de cristal sobre sí
misma. Poco a poco, la imposibilidad de salir del lugar en el que no quiere
estar y la falta de opciones ante un futuro que todos parecen controlar, irán
haciendo mella en su espíritu fragmentando. El oxígeno brillará por su
ausencia. Y la depresión llegará disimuladamente para decirle a Esther cuán
poca valía tiene su vida en esos momentos.
Indicaciones de equipaje para señoritas
El
personaje de Esther no es una mojigata. No se hunde porque no sea sólida. Vive
la sexualidad como una conquista. Disfruta de la comida. Es ambiciosa. Y un
tanto deslenguada. Es una inconformista que intenta ser ella sin tener el viento
a favor. El mundo neoyorquino está lleno de posibilidades y de caviar. Y ella
quiere probarlo todo. La voz que Sylvia le otorga a su personaje es bastante
atractiva. Ella reconoce sus propios defectos. Pero ello no le impide morder el
cebo más grande, incluso cuando puede vislumbrar el anzuelo.
De
esta fortaleza partirá una desazón guerrillera en el ecuador del libro. Y es
que esa energía que prevalece al principio de la novela, no se destruye sino
que, siguiendo las leyes de la física, se transforma en otra cosa. Igual de
densa, pero más perniciosa.
El
trasvase emocional con el que juega Sylvia funciona y no se espera. Es tal el
talento de Plath para la correcta elección de las palabras –hay quien la considera antes poetisa
que narradora- que el viaje a los infiernos tiene paradas explícitamente hermosas.
Y, claro, uno no se da cuenta. Cuando se detecta el olor a azufre ya estamos
demasiado al fondo del asunto. Qué astucia tan macabra…
La conquista del yo
Esther.
Victoria. Sylvia. Como si de una matrioska
se tratase, en esta novela hay muchas mujeres agazapadas en el mismo hueco
oculto. Y si las vivencias destacan por parecer peligrosamente auténticas, será
porque más de un truco de los que aquí se narran, no esconde doble fondo. Tan sólo
verdad que hierve.
No
me siento capacitado para hablar de la señora Plath más allá de todo lo que a
nivel popular se sabe de ella. Pero lo autobiográfico aquí es implosivo.
Estalla, pero se queda dentro. Estamos ante un personaje roto. Ante una persona
que sufre. Y por algún tipo de metaficción alquímica, conocemos el dolor de
algo real a través de su reflejo ficcionado. Como si no tuviéramos valor para mirarlo directamente. Como si la pena que no está tabulada y organizada en
párrafos con ideas independientes no pudiese ser asimilada.
Es
una novela triste. Tanto que hacen falta tres mujeres para sostenerla. Esther
Greenwood, protagonista visible. Victoria Lucas, pseudónimo con el que se
publicó la primera edición. Y finalmente Sylvia. Me gusta pensar
que, de algún modo, hicieran falta estos tres pilares para sujetar una voz que
es incapaz de usar el yo con la facilidad con la que la gente fuerte tiende a
malgastarlo. Me gusta pensar que a veces uno tiene que inventarse el antídoto con
el que hacer frente a las heridas que lo real nos inflige. Saber que esa
posibilidad siempre está en nuestra mano. Surta efecto o no.
Sylvia Plath (1932 - 1963) |
“Lo mismo sucedía una y otra vez. Le echaba el ojo a un hombre sin tacha, pero tan pronto como se acercaba, inmediatamente veía que no serviría en absoluto. Esa era una de las razones por las que nunca quise casarme. Lo último que yo quería era seguridad infinita y ser el lugar desde el cual parte una flecha. Quería cambio y emoción y salir disparada en todas las direcciones yo misma, como las flechas de colores de un cohete un Cuatro de Julio.”
“Domingo, ¡el paraíso de los doctores! Doctores en los clubs de campo, doctores en la playa, doctores con sus queridas, doctores con sus esposas, doctores en la iglesia, doctores en yates, doctores en todas partes, siendo resueltamente gente, no doctores.”
Recopilación
de las distintas ediciones de La Campana de Cristal aquí
¡Qué eficiencia, Sergio! Yo todavía estoy en proceso de maduración. Como ya sabes, la "primera parte" de la novela me pareció extremamente insulsa, pero es cierto que recupera vigor después del ecuador. Por lo que he leído de Plath, creo que Hughes tenía razón cuando afirmó que, por más que se resistiera, lo suyo era la poesía. Una reseña brillante, como ya viene siendo habitual. ¡Enhorabuena! Un abrazo,
ResponderEliminarGracias Marisa! Es cierto que, a pesar de tener un recorrido irregular, queda un poso que acompaña y puedo entender por qué ha entrado en el canon de los clásicos. No he leído la poesía de Plath pero confieso cierta curiosidad. Esperamos leer tu reseña pronto.
ResponderEliminarGracias por pasarte!
Hola Sergio,
ResponderEliminarA mí es un libro que no me gustó demasiado, en general no es una autora que me guste demasiado salvo "Ariel" y un par de poemas puntuales. Es cierto que la leí como complemento de las obras de Ted Hughes y de Anne Sexton y ambos autores me parecieron absolutamente geniales en una, quizás, injusta pero inevitable comparación. Con respecto a lo que nos dices al comenzar la reseña, a mí me pasa al revés, estoy más acostumbrado a los clásicos y a los progenitores de los libros "Alpha Decay", en todo lo demás, sin guía, me pierdo. Siempreun placer leer tus reseñas. Un abrazo :)
Admito cierta incertidumbre en mi valoración a esta novela. Había partes, como apuntaba Marisa, que parecían una mera novela de señoritas, pero cuando cruzas la mitad... Ya, ya estás en otro lado. Entiendes la trascendencia de la obra y el por qué de tanto ruido mediático sobre Sylvia Plath.
ResponderEliminarAy! Los clásicos! Qué eclécticos!!
Gracias por pasarte José. Un abrazo!
Lo leí hace muchos años y es curioso porque entonces me impactó y sorprendió mucho, pero había olvidado el argumento, aunque recordaba perfectamente esa desazón y tristeza. De momento es lo único que he leído de la autora así que no puedo opinar más allá de esta obra. Un abrazo
ResponderEliminarHola Carol! Tanto Marisa, como Jordi y como yo, creo, hemos tenido lecturas muy distintas de la obra. Creo que lo que cuenta es muy privado, muy personal en un sentido extensivo. El recuerdo y la permeabilidad de la historia depende de muchos factores. Pero es innegable que está bien contada su historia.
ResponderEliminarUn abrazo! Gracias por pasarte!