Abril
es un mes negro. Ni rojo. Ni verde. Ni cobrizo con vetas plateadas. Es
negro. Obsidiana sembrada y florecida en treinta días y, claro, treinta noches.
Los dragones dan miedo. No entiendo a qué viene tantas flores y tanto Jorge. Y si
escribo bien entrado en mayo, es porque tenía que asegurarme de que el maldito
abril había tocado a su fin. Y ahora puedo hablar desde la supervivencia. Como
un veterano de guerra, leo a oscuras y tomo mis medicamentos. Para cuando
llegue el verano volveré a ser una persona aparentemente cuerda. Pero aún
falta. Lo noto en el temblor de mi mano al pasar las páginas. En la inquietud
al desenvolver el papel de regalo que esconde uno de estos libros. Sí, abril es
negro. Por eso parezco más delgado. Por eso puedo combinarlo con casi cualquiera
de mis traumas. Libros negros para un mes nefasto. Libros muy grandes, de ahí
las sombras.
1. Todo lo que hay – James Salter
1979
fue la última vez que Salter escribió una novela. Hasta el año pasado. Cierto
es que en estos más de treinta años no se ha quedado quieto. Memorias, cuentos
y ensayos han engrosado la bibliografía del exquisito autor norteamericano. Sin
embargo, el caballo de guerra de las letras, el Do de pecho literario, la
novela, era algo que Salter había dejado de lado. Hasta el año pasado. Y es que, como bien dicen aquellos que lo han leído, al fin ha vuelto para quedarse. No
de visita. No para un par de noches. Para quedarse. Porque hemos tenido
demasiado silencio salteriano. Ya iba siendo hora de que dejase las maletas en
el altillo. Ya os contaré si 30 años han merecido la pena.
En
2012 los chicos de Alpha Decay se atrevieron con uno de los ensayos más
punzantes del momento. Una radiografía poco alentadora de uno de los males
generacionales más agudos de las últimas décadas. Haaf deja claro en poco más
de 200 páginas que ser joven hoy es la tragedia de nuestro tiempo. Y es que el
refinado gusto de quejarse ha ocupado el puesto número 1 en cuanto a las nuevas
artes figurativas. Por eso todo parece postizo. Falaz y cutre. Y el talento ya
no nos importa lo suficiente. El subtítulo Sobre una generación y sus problemas
superfluos deja claro ese breve estigma mesiánico que parecemos llevar
en la frente. Nada ha sido como hasta ahora. Y ahora es el momento de entender
por qué.
3. Danza de huesos – Emma Bull
Publicada
en su país de origen en 1991, no fue hasta 2005 que La Factoría se atreviera a
traducirla al castellano. Nueve años después, la novela ha caído en mis manos y
me pregunto cómo he sido tan tonto como para obviarla. Nominada a los Hugo el
año en el que el mundo seguía fascinado con la saga interminable de Lois
McMaster Bujold, pasó a convertirse en una novela de culto en la que etnia,
tecnología y sexualidad se daban la mano en una mezcla no falta de acción. Sin
duda, uno de esos descubrimientos que pueden alegran a cualquier fan del
género.
4. Verano – J. M. Coetzee
Está
claro que el concepto de autobiografía se fue al traste en el mismo instante
en el que Coetzee decidió contar su historia en la Sudáfrica pre (y post) Apartheid. Un relato poliédrico, lleno de testimonios y de autenticidad
retroactiva. La historia de un hombre que es a la vez el que escribe y el que
inventa con la voz de otro lo que es suyo por derecho propio. Y es que, de las
cuatro partes que componen su biografía autodirigida, Verano es el que se alza con el reconocimiento de
aquellos que han seguido su obra tan de cerca como para quemarse con
las descripciones del sol sudafricano.
5. La Grieta – Doris Lessing
Y de
Coetzee a la señora Lessing, que llega con la historia de un mundo antiguo
donde las mujeres son la única especie conocida hasta que una de ellas
descubre al varón. Y los conflictos surgen. Y ya nada será igual. Con esta
fábula, Lessing nos presenta con una maestría propia y una pluma hermosa, cómo
se hace frente al mundo que creíamos conocer cuando lo opuesto a nosotros llega
para quedarse, para compartir nuestro suelo y redefinir quiénes somos. Aún no
me atrevo con El cuaderno dorado,
pero estas grietas expuestas y en peligro de extinción me parecen un punto de
partida fabuloso para entrar en la obra de la incombustible Doris.
6. Operación Dulce – Ian McEwan
He
tenido mis más y mis menos con McEwan. Cuando todo el mundo empezó a verter
mieles sobre Chesil Beach, yo me
puse los zapatos y me marché a casa. No era mi historia. Ni mi estilo. Ni mi
momento. Pero llegó Serena por sorpresa, con una historia propia que no puede controlar y mi atención volvió a dirigirse hacia el autor inglés. Y es que la
protagonista de este Operación Dulce
ve cómo su vida se trunca cuando los Servicios Secretos la eligen para convertirla en agente encubierta cuya función es luchar contra la propaganda
comunista. Escritores, espías, Guerra Fría y un poco de folletín sano para una
novela con tintes de ALIAS y una heroína que confiesa haber fracasado desde la
primera línea. Sí, he perdonado a McEwan.
7. El último encuentro – Sándor Márai
Lo
confieso. No he leído nunca a Márai. No, no estoy orgulloso de ello. Pero,
creedme, voy a remediarlo más pronto que tarde. Porque los canallas hablan
maravillas de este ejemplar olvidado y recuperado mucho tiempo después. Tanto
se habla y tan bien, que fue elegido para la edición conmemorativa de Salamandra.
De ahí ese formato minimalista de punta redondeada. Pero lo
que importa, no quiero distraeros, es lo de dentro. Es la historia de dos
hombres reencontrados mucho tiempo después lo que arde y abrasa. Una mujer
entre ambos. O el fantasma de la misma. No lo sé. Carezco de la información
pertinente que sí poseen aquellos que defienden la obra maestra de Márai. Aunque os
digo desde ya que pronto formaré parte de sus filas.
8. Los Juegos – Ted Kosmatka
Por
Sant Jordi, Fantífica sorteó un ejemplar de una de las últimas novedades de
Fantascy y el que aquí escribe resultó ganador. En a penas un par de días llegó a mi
casa este ejemplar repleto de mutaciones genéticas y batallas en una especie de
Olimpiadas donde la Ciencia ha vulnerado los límites y la ética. Las
consecuencias no se harán esperar cuando uno de estos experimentos tome
conciencia de sí mismo. Ciencia ficción y thriller científico van de la mano
para parir una historia a contrarreloj.
9. American Gods – Neil Gaiman
Siempre
estuvo en el punto de mira. Y mis opciones eran leerlo en el inglés original o
en la pésima traducción que nos trajo Norma en su día. Todo cambió cuando Roca
Editorial revitalizó el título dándole un lavado de cara: nueva traducción,
prólogo del autor, versión extendida y entrevista final. La adaptación televisiva está a la vuelta
de la esquina y, después de diez años, la obra sigue siendo considerada como el
buque insignia de Gaiman en cuanto a novelas (ya, ya, no me olvido de Sandman).
Todos los premios habidos y por haber, recayeron en esta epopeya llena de
deidades rencorosas y humanos infravalorados. Todas las alabanzas están
agazapadas en mi boca para cuando decida leerlo.
10. El Jilguero – Donna Tartt
No,
Tartt no es rápida. Va tan despacio como yo a la hora de escribir. Pero ella
puede permitírselo. El Pulitzer de este año da fe de ello. Y es que este
mastodonte literario ha sido uno de los libros más esperados de los últimos
años. Aquellos que ya lo han leído han dejado claro que debería abandonar cualquier otra lectura y ponerme con la historia de Theo y su formación como
individuo. Las vueltas y los giros en las más del mil páginas están asegurados.
Y aunque sea uno de esos libros que uno no puede sacar de casa, no dura
demasiado. O eso dicen. Tendré que buscar tiempo y fuerzas para el que quizás
sea El libro del Año.
11. La estación del sol – Shintaro Ishihara
No
es la primera vez que lo digo. Toda editorial que se precie, debe tener entre
sus filas a un autor japonés (actual o rescatado). Es una tendencia fácil de
detectar. Decidme una editorial y os diré cuál es su estrella nipona. No sabéis
cuánto me alegro de que Gallo Nero se haya sumado al carro con esta obra de
Ishihara. Un manifiesto literario sobre la ruptura con ese Japón de tendencia aguda a la reverencia y a la pleitesía para con el invasor. La
edición es maravillosa. La novela está alabada por el mismísimo Mishima. La
fuerza de voluntad brilló por su ausencia cuando intenté resisitirme. Mi
autorregalo de Sant Jordi ha sido, aunque quede mal decirlo, todo un acierto.
12. Un hombre enamorado - Karl Ove Knausgård
Un
libro pasa a ser Alfa de la manada de un IMM cuando el deseo de leerlo supera la
expectación y esquiva el fracaso de forma anticipada. Es el milagro de la
mirada que nos es devuelta. La culminación de un camino contrapuesto pero que
deriva en ese punto inigualable en el que lector y libro se miran de igual a
igual. Hay algo de imprevisible. Y bastante de uno mismo proyectado. Son estos
los términos con los que puedo definir la aventura de Knausgård. Y es tanto lo
que se dice, que su segundo volumen ha entrado en mi librería sin haber leído
aún el primero. La apuesta es arriesgada. Y el espacio para esta doble lectura
no será confortable. Pero es que la fábula puede hacer poco cuando lo auténtico
llama a tu puerta y ni siquiera finge que es otro el nombre por el que tiene
que ser llamado. Zas. Compro.
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Hemos coincidido en 'Verano' de Coetzee. También me he comprado un Lessing pero me he ido a lo facilón: 'El quinto hijo'. Se lee en dos patadas y es casi como una peli de terror de los 60-70 tipo 'La semilla del diablo' aunque con mucho más peso de lo cotidiano que de lo fantástico.
ResponderEliminarHola Gon!
EliminarCreo que todo el mundo debería coincidir con 'Verano' de Coetzee. Es una opción obligada!
En cuanto a 'El quinto hijo' de Lessing no sabía siquiera que existía. Menudo argumento. A ver si me lo pillo.
Gracias por pasarte!