Estamos ante una nueva incorporación en la saga autobiográfica de Amélie Nothomb (1967, Kobe) que nos ha dado joyas como Metafísica de los tubos o Estupor y temblores. Es antes de este último donde se ubica cronológicamente Ni de Eva ni de Adán que nos narra una historia de amor en dos idiomas bien distintos.
La novela comienza cuando Amélie deseosa de sumergirse en el idioma japonés decide dar clases de francés a japoneses. Al anuncio sólo responde un chico, Rinri, al que comienza a enseñar la lengua gala con más errores que aciertos. Poco a poco, Amélie se ve participando más y más de la vida de Rinri hasta que un acercamiento sentimental es inevitable.
Esta relación bilingüe se irá topando con todos los errores de traducción posible. Se le otorga un peso importante a las palabras como representaciones certeras de la realidad, por lo que no todo lo japonés tendrá su homólogo en francés y viceversa. Sin embargo, el ingenio de la protagonista hará las veces de salvavidas para llegar a conocer no sólo a Rinri, sino la cultura que le ha visto crecer y que él rechaza de forma abierta.
El personaje de Rinri es perfecto para compensar la balanza de la desequilibrada Amélie. El tokiota, a través de la adoración que siente por la protagonista, nos refleja esa fascinación japonesa por el mundo exterior, por ese occidente que lo encandila pero que no llega a comprender del todo. Pero no sólo se habla de occidente. También se nos habla de gastronomía –¡cuánto se come en este libro!-; se nos habla del férreo sistema educativo, que designa a la temprana edad de cinco años si eres un fracasado o un persona de éxito; de la mujer japonesa; de literatura; de historia. El libro, que transcurre en 1989, nos muestra una ágil radiografía de un Japón que intenta combinar como mejor puede una tradición milenaria basada en el honor y una invasión occidental recubierta de puro hedonismo.
Amélie y Rinri forman un trío sólido con Japón. A veces el libro roza el género de viajes. Escalamos el monte Fuji, visitamos Hiroshima o pasamos la noche en la isla de Sado. Cada punto de la geografía que visitamos con la protagonista nos muestra un misterio, una sorpresa o una nota curiosa de un país que la hace sentir como en casa. Ese amor por el país nipón salta de las páginas y te acaba empapando. Cuando acabas de leer este soberbio Ni de Eva ni de Adán te entran ganas de hacer las maletas y pillar el primer vuelo directo a Tokio. Claro que el viaje a través de las palabras de Nothomb es mucho más barato e igual de hipnótico.
Al parecer huir es poco glorioso. Lástima, porque es muy agradable. La huída proporciona la más formidable sensación de libertad que se pueda experimentar. Te sientes más libre huyendo que si no tienes nada de lo que huir. El fugitivo tiene los músculos de las piernas en trance, la piel temblorosa, las fosas nasales palpitantes, los ojos abiertos. […] Uno debería tener algo siempre de lo que huir, para cultivar esa maravillosa posibilidad. De hecho, siempre hay algo de lo que huir .Aunque sólo sea de uno mismo.
Una vez más, sublime. Ambos, Amélie y tu. Y una vez más, me quedo con más ganas de ella, de Japón, y de esa interpretación de la realidad tan suya.
ResponderEliminarDestallaba en risa, mordía uñas y hacía maletas (sí, te entran ganas de huir en los brazos de aventura que no veas). Empecé a conocer a Amélie con este libro - desde luego una lectura acertada. Madame Aguja como la llamo yo: perspicaz, brillante, inteligente ... aniquila. Hay libros suyos que cansan... este es el más "suave" y amable de todos... ;)
ResponderEliminarMe encantó esa parte final en la que ella descubre que no era amante de Rinri, eran como hermanos sumarais.
ResponderEliminarMe gustó mucho esta aventura.
PD: Te copio eso de Madame Aguja!
Sí - desde luego lo mejor de este libro...es el re-encuentro y el hermandad samurai que conlleva.. me encantó esa manera de cerrad esta aventura, aunque sé que mucha gente le disgustó... Es que no me imagino otro modo - ese fue el único válido..
ResponderEliminarNo he podido evitar cotillear el blog. Disculpa la intromisión.
ResponderEliminarAmelie Nothomb no es mi escritora fetiche ni una que me haya marcado en sobremanera. La verdad es que leí Estupor y temblores en clase de francés y aunque no me decepcionó, no me impresionó. No era el momento.
Sin embargo, hace un par de meses, leí este libro. Y con él descubrí otra faceta de Nothomb que mi yo de quince años no había podido entender, una faceta más aguda, más irónica, más atrevida. Por desgracia, aún me queda mucho que leer de esta escritora (Metafísica de tubos y Antichrista están en mis lista de pendientes más urgente). Una gran reseña, sí señor.
¡Un saludo!