viernes, 18 de enero de 2013

Una forma de vida


Cuanto más leo, más discrepo con la idea de tener escritores fetiches. Creo, sin embargo, en escritores demoledores en un momento puntual de nuestra vida y en obras concretas que nos atrapan. Hoy por hoy he renunciado a casi todos los contratos de permanencia que tenía con mis autores más idolatrados. Ya no me desvivo por Murakami, ni salgo a la caza de todos los Coupland, ni releo, ya no, las obritas gigantes de Amélie Nothomb.

No pensaba leer de forma voluntaria la última novela de Nothomb y aquí estoy. Y una vez leída, puedo aseverar que hubiera cometido un error estúpido si no le hubiese dado una oportunidad.  Y es que hacía tiempo que la belga no me sorprendía y con Una forma de vida lo ha conseguido.

La invasión de los ultracuerpos

En esta ocasión Amélie vuelve a usar su propia voz para narrar la historia ¿real? de su intercambio postal con un soldado americano obeso, destinado a Irak y fan acérrimo de la autora.


Lo que comienza siendo una simple transacción de admiración y agradecimientos, se torna algo más visceral cuando el soldado usa a Nothomb para hablar de sus miedos, de su destrozada psique y de comida. Porque en esta novela, como en otras muchas de Amélie, la comida juega un papel clave, llenándose de significado, connotaciones y sustento de cualquier tipo excepto alimenticio.

La obesidad se manifiesta en la novela como el gran paradigma de nuestro tiempo. La adicción a la comida, los trastornos alimenticios y la sórdida relación con problemas mucho menos tangibles son los pilares sobre los que se construye esta anécdota novelada, convertida en ensayo de lo que sucede en nuestros platos hoy día. La transformación del trauma en arte, la mediatización del desequilibrio y el estigma social de ciertas enfermedades no reconocidas cobran importancia suprema en esta forma de vida que nos presenta la escritora.


Atragantarse con la culpa

Volvemos a territorios conocidos. Lo que conquista de Nothomb sigue estando presente. La parte de su obra más autobiográfica surge reflejada en esta última novela. Y es que muchos de sus lectores coinciden en que, de lejos, es la parte más interesante de toda su composición escrita. Sin embargo, aquí no nos habla de un episodio pasado de su vida, sino que la historia tiene una vigencia afilada que ayuda a deglutir las páginas, a ir descubriendo carta a carta el poder de las mentiras, el misterio de lo que no contamos y lo indigesto de la culpa cuando la ingerimos sin masticar. Y es que el juego metaficticio cobra una importancia suprema hacia la mitad de la novela, cambiando por completo trama, voces, narradores y el relato en sí mismo. Lo lejano se acerca demasiado para tocarnos el hombro y pedir disculpas o, cuanto menos, para hacerse ver.

A través de estas pocas páginas, Nothomb cierra la novela con una reflexión maravillosa sobre ídolos y fanáticos. Sobre la adoración que engulle la privacidad y engorda los espejos de toda estrella mediática. Y, como no, las consecuencias nefastas de querer expulsar de tu cuerpo el reflejo distorsionado de aquello que nunca fuiste, de aquello que todo el mundo ve en ti gracias a tus maquinaciones y a la tergiversación de las mentiras piadosas.   


Hikikomori

La lista de las cosas que nos aíslan es infinita. Sin embargo, el resultado siempre es el mismo: tú estás a un lado y el mundo, justo en el otro. Entre ambas partes, la muralla cuyo grosor dependerá del miedo que sentimos de que el otro no nos comprenda, no sepa vernos o no quiera integrarnos. La distancia prudencial se dilata y alejarse poco a poco es mucho más fácil que revocar la orden de alejamiento.

Melvin Mapple, el protagonista de la novela, come para crear con su propio cuerpo una distancia entre él mismo y los horrores que está presenciando en el frente. Melvin Mapple, miente para separarse de todas las cosas que nunca ha sido. Melvin Mapple, escribe para no mirar de frente a todo lo que guarda dentro de sí, que es mucho. Porque si algo queda claro en Una forma de vida es que existe una teoría paradójica del aislamiento. Una teoría que postula que cuanto mayor es el grosor de aquello que nos separa de lo de fuera, mayor es la urgencia de que alguien llegue, lo entienda todo y nos saque de nuestro autodestierro.

Amélie Nothomb (Kobe, 1967)

La primera etapa consiste en constatar la existencia del otro: puede ocurrir que se transforme en un momento de asombro. En esta fase somos como Robinson y Viernes en la playa de la isla, nos contemplamos el uno al otro, estupefactos, asombrados de que exista en este universo otro tan distinto y tan cercano al mismo tiempo. Existes en mayor medida por cuanto el otro constata y experimenta un estallido de entusiasmo hacia ese providencial individuo que le da réplica. A ese otro le atribuyes un nombre fabuloso: amigo, amor, camarada, anfitrión, colega, depende. Se trata de un idilio. La alternancia entre la identidad y la alteridad. (“¡Es igual que yo!”, “¡Es opuesto a mí!”) te sumerge en el estupor, en un arrobamiento infantil. Te sientes tan embriagado que no ves llegar el peligro.
Pero, de repente, el otro está ahí, ante tu puerta. La borrachera se te pasa de golpe, no sabes cómo decirle que no ha sido invitado. No es que hayas dejado de quererle, es que deseas que sea otro, es decir alguien que no sea tú. Sin embargo, el otro se acerca como si quisiera asimilarte o asimilarse a ti.

4 comentarios:

  1. Lo leeré seguro, que me encanta la autora =)

    Besotes

    ResponderEliminar
  2. Seguro que te convence. Cada vez exijo más a esta autora y ha sabido estar a la altura de las circunstancias. Dale una oportunidad!

    Gracias por pasarte Shorby!

    ResponderEliminar
  3. Excelente reseña, consigues leer más allá del núcleo del ensayo, atravesando todas sus capas.

    ResponderEliminar
  4. Siempre tuve curiosidad por leer a Amélie Nothomb así que ahora tengo una razón más. Un saludo.

    ResponderEliminar