sábado, 7 de febrero de 2015

Autorretrato


Alguien que sabe de qué pozos literarios puedo sacar agua me recomendó Autorretrato de Édouard Levé. Estoy en un punto de mi vida en el que si sigo aceptando recomendaciones literarias, tendré que renunciar a mi trabajo. No existe tiempo posible para hacer frente a la suma de lo que debería leer, lo que tengo que leer y lo que quiero leer. Sin embargo, me ofreció una frase. Quizás dos. Y paré todas las lecturas del momento porque me estaba mostrando un material ineludible. 

Hace un tiempo convertí Autorretrato con radiador del francés Christian Bobin en uno de mis libros de cabecera. Y, de pronto, llega a mi vida otro francés que se mira a sí mismo y se va quitando la ropa ante un lector que pide más. Y yo, que tengo una tenia en el ojo, no puedo parar de observar o de leer o lo que sea que haga cuando me enfrento a este tipo de autores. No, no es casualidad que no pueda apartar la mirada del país que inventó el término voyeur.




Yo, que soy lo que puedo

Si hay algo que me gusta de la literatura es su discurso atemporal sobre la identidad. En cada página de cada uno de los libros escritos en nuestra historia como especie hay un quién agazapado. Un quién cuya respuesta no dura más que la lectura de la página que lo alberga. Ojalá las cosas que importan durasen tanto como la búsqueda de las mismas. Y justo por eso, podemos escribir sobre ello. Porque nunca estamos satisfechos. Nunca es suficiente.

El señor Levé lo deja claro en su obra. Cada una de sus frases, algunas de cuatro palabras, algunas subordinadas a otras, es una respuesta a un quién que no puede ser retenido. Su inquebrantable forma de romperse no deja de sorprender. Sus recuerdos, sus deseos o sus mentiras quedan al descubierto creando un caleidoscopio de yoes que no puede ser ignorado. Hay algo de verosímil o de cierto, no sé, que es insultante. Todo queda dicho por escrito, de nada puede retractarse, a no ser que la siguiente línea invalide a la anterior. Cosa que sucede. Cosa que dimensiona el espectro y nos arrastra a nuevos parajes.  Existen trivialidades y existen temas delicados que nos otorgan una visión sobredimensionada de lo humano. Porque aquí, hasta lo nimio, cobra la gravedad de algo que no puede pasarse por alto. El sabor de un helado o la primera película de la adolescencia. Todo lo que acontece merece atención para entender quién es este hombre en la última página del libro o en su último día.


Yo, que soy lo que cuento

Hay un modo de ficcionarnos que acapara mi atención y que, sin duda, emerge en esta obra como un tótem. Porque todo es novela hasta que se demuestre lo contrario. Y aquí existe un narrador que de tan subjetivo llega a ser incómodo. Lo que contamos de nosotros se puede volver en nuestra contra. Y aquello que no habla de nuestra propia vida está tan manoseado por ella que los paralelismos son inevitables. ¿A dónde quiero llegar? El testimonio que parte de la más absoluta verdad se vuelve tan perfectamente encuadrado dentro del conjunto que acaba volviéndose relato. ¿La vida puede editarse, maquetarse, para que la noción de vivido quede solapada a la técnica de lo narrado? En Autorretrato queda claro que sí. Se disfruta como evento ficcional y como conversación nocturna.

 Alguien entra un bar, se sienta a tu lado y comienza a hablar. Sobre la situación actual. Sobre él mismo. Adereza con anécdotas un relato vehicular sobre algo importante. Algo que tiene que ser contado, que tiene que salir fuera. Y casualmente resulta que tú estás ahí. Autorretrato es justamente eso. La ficción de un bar hipotético y la certeza de que tú escucharías aquello que se te tiene que contar, aunque tú, como lector o como oyente, sólo seas una excusa.



Yo, que a veces no soy

He llegado hasta aquí y sigo sin explicarme bien. ¿Qué es Autorretrato? ¿Quién fue Édouard Levé? Pero, ¿acaso importa lo que aquí subrayo si tendrá una validez nula cuando sea otro el que lea este libro? Hemos diseccionado a un hombre que aún respiraba. Hemos cometido negligencias, pero el señor Levé ya está muerto. No puedo levantar falsos testimonios en nuestra contra. Ni ciertos testimonios a su favor. Porque Levé vive en su libro y Levé está muerto. Y ante esta paradoja funesta, poco importa que aún respirase mientras metimos los dedos en sus llagas. Mientras yo, como lector, exploré la fotografía de un cuerpo hoy ennegrecido.

Levé deja claro en su Autorretrato que “hay una vida después de la vida, pero no una muerte después de la muerte”. Y no es algo que yo pueda rebatir. No es fácil oponerse a lo taxativo de sus palabras. Porque cuando habla un muerto, el uso fático del lenguaje recae en los puntos finales. En lo irrevocable. 

Fotografía de Giorgos Gavrilakis



2 comentarios:

  1. Sergio.... no me jodas jajajajaja!!! Me pasé el 2014 buscando material francófono digerible, lo puedes ver en mi GR y también puedes ver el resultado, franceces jugando al posmodernismo con la torre Eiffel de fondo y choucroute en la mesa, el que mejor lo hacía era Beigbeder y aún así.... Bobin y su radiador me gustaron pero ando buscando algo parecido a esto que nos traes, vivo obsesionado por la literatrura sobre la identidad y quitándole capas para ver qué queda al desnudo y claro que me autoprclamo voyeur de pro. Me voy a buscar el libro, si no me gusta, imprimiré la reseña yb la meteré dentro. Un abrazo.

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    1. Hola José, desconocía por completo tu francofilia. Lo cierto es que como comento, este libro me llegó de rebote y la experiencia fue bastante positiva. Por lo que, si tienes tiempo, échale un ojo. No creo que te decepcione. Pero aún así, me gusta la idea de meter mi reseña dentro del libro, entre sus páginas.

      Ja!

      Un abrazo!

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