miércoles, 11 de febrero de 2015

El atlas de ceniza

La narrativa postapocalíptica está de moda. Hay cientos de referencias invadiendo las librerías. Curiosamente, el título más demoledor, el hijo no reconocido del género, no lo vas a encontrar junto a los demás.

A finales de 2013 Alpha Decay publicó la colección de relatos más extraña que he tenido el acierto de leer. Y digo ‘relatos’ porque no sé dónde meter todo lo que sale del texto de Blake Butler, pero lo cierto es que no es una narrativa que pueda ser clasificada. El libro es una fisura extraña dentro de la ciencia ficción donde se instala la alegoría entendida en términos bíblicos. Algo así como la precuela espiritual de La carretera de Cormac McCarthy. Un híbrido entre dos especies destinadas a cazarse mutuamente. Una abominación que respira y que sobrevive contra todo pronóstico.



Metal y polvo

Estamos extintos. No es una valoración rápida y superficial. Lo que queda de nosotros difícilmente puede llamarse ‘humano’. La luz ya no existe. Nuestros propios perros ya no nos reconocen. Masticamos trozos de metal y polvo para pasar el rato. Al respirar, piel muerta sale de nuestros orificios nasales. Al llover, cientos de cosas caen del cielo con la intención de hundirnos. Ninguna de ellas es agua. El agua sale de nuestros propios cuerpos a borbotones. Turbia. Y ahí, cómodos y sonoros, viven los relatos que elabora Butler.


Pequeñas voces contándonos cómo es buscar a una madre bajo las piedras. Cómo es una pandemia entra la clase de ciencias y matemáticas. Cómo adiestrar a tu hijos para que no te muerdan. Porque tienen hambre. Y porque el mundo ya no existe para dar cobijo a los humanos. Con devastadores interludios para explicar qué está escupiendo el cielo en cada momento, la colección de relatos se vuelve venenosa e introspectiva. El apocalipsis sucede en nuestros cuerpos deformados. Y los monstruos y los muertos se sientan a comer juntos en la misma mesa. Porque, ante todo, estas historias tratan sobre esas familias que se reúnen en torno a una mesa. Y rezan antes de servir el puré y los rábanos. Rezan porque cada uno de los miembros sigue bajo el mismo techo. Y rezan para que eso no signifique que alguien vaya a comerse a quien tiene justo a su lado.


Mantente despierto

Si Blake Butler con su anterior libro nos explicaba cómo es sufrir insomnio, aquí pasa directamente a la práctica y nos quita el sueño. No sé si estamos ante una técnica de marketing retroactiva para que este segundo libro suba las ventas del primero. Lo que sí sé es que este escritor maldito se vuelve hipnótico. Su apocalipsis no tiene causas, no puede rastrearse. Justo es así cómo funciona ese atlas de cenizas que impide ver los límites de nuestra perdición. No puede cartografiarse el dolor o la pérdida. Hay un punto de no retorno en el que ya no puede monitorizarse los errores. De ahí que todos sus personajes usen como punto de referencia los olores que sus cuerpos desprenden para saber de dónde vienen. De ahí que las casas se llenen de insectos para indicar dónde está el sur. O cuán lejos la primavera. Butler usa la atmósfera en dosis perfectas para ahorrar a sus personajes la molestia de hablar. Para ello tendrían que quitarse ese máscara de gas que todos llevan y a la que le profesan el poco amor que les queda.

Ya lo decía más arriba. No sé cómo clasificar estos relatos, más cerca de la fotografía que de la narrativa. Su descripción exhaustiva e intimidante de todo lo que está ocurriendo invade los ojos del lector y transfigura la tinta por luz de bombilla a punto de fundirse. Todo goza de buena salud visual. Incluso los detalles más metafísicos de una desolación cotidiana. Lo raro tiene lugar en el patio de atrás. O en la habitación de la hija. Y ahí, en terreno conocido, surge la manifestación de un mundo nuevo en el que no somos la especie dominante.


Ayúdame a perder la cabeza

Hay cotas altas de empatía en decirle adiós a la cordura en un acto comunitario y fraternal. Todos hundidos y de la mano. Nadie se salva, puede que alguno respire por más tiempo, pero en El atlas de ceniza nadie se salva. No hace falta un macrosuicidio. No hace falta explicarle al hijo, como en la novela de McCarthy, qué hacer con la última bala que queda en la pistola. Unos a otros se limpian las llagas. Y no tardan mucho porque son pocos. Y abrazados en un último acto revolucionario de reconocerse iguales ante el fin, observan la puesta sol. O al menos lo que los enjambres de insectos dejan ver.

Hay amor en la novela de Butler. No hay facturas, ni programas televisivos, ni siquiera algo parecido a una sociedad. Pero hay amor hacia lo que queda en pie. Como cuando en Melancholia, Justine y Claire observan juntas y tranquilas cómo se acerca un nuevo planeta para acabar con todo lo que ellas conocen. Sí, hay un amor sosegado y auténtico que se manifiesta en el último acto. En el desenlace de aquello que no podemos evitar que acabe. Queda patente el amor manifiesto en el libro de Butler, cuyo desenlance empieza desde la primera página.     

Fotografía de Sven Kristian

2 comentarios:

  1. ¡Qué problema con las actualizaciones! En fin, ni idea de que hubiera publicado Butler nada antes, solo conozco este que miro con recelo cada vez que paso los dedos por la estantería para elegir el próximo mundo que habitaré. La verdad es que tu reseña es un pase directo, apocalipsis, ciencia ficción y encima nos ofreces una imagen de Trier por si acaso no nos queda claro la inminencia a la que nos aboca Butler. No sé si es por ti o por mí, por cómo lo has leído o por como creo que lo leeré yo, el caso es que la reseña me deja claro que debo sacudirle el polvo a mi tomo e ir acostumbrándome a la ceniza. Un abrazo.

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    1. Creo que hay una poética destructiva en esta cosa extraña que Butler ha escrito. Algo que me parece pertinente rescatar de aquel lejano 2013. Es una historia corta, difícil y potente. Las palabras están aquí elegidas con milímetros. No sé cómo será leer esto en inglés. Miedo me da. Ya me contarás.

      Un abrazo José.

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