Escribir
en 2013 sobre ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? es, cuanto menos,
redundante. ¿No está todo dicho ya sobre la obra más mediatizada de Philip K.
Dick a.k.a. Dueño y Señor de la
Paranoia Metafísica? Quizás sí. O quizás es su adaptación cinematográfica, Blade
Runner, la que se ha llevado el gran trozo de ese pastel que es el
conflicto hombre – maquina. Deckard versus Nexus-6. No, no voy a escribir sobre
las eternas comparaciones entre libro y película, porque cada uno ha sabido
encontrar su hueco en la ciencia ficción. No se pisan. No se agreden porque
orbitan en sistemas diferentes.
Entrar
en Dick es, ante todo, una prueba de fe. No de esa fe televisada que destiñe, sino
fe de la de antes, de la de no saber siquiera si vas a disfrutar del
aprendizaje. Si la retribución por dicha entrega será, ya no satisfactoria, sino
mínimamente útil. Y aunque la novela que nos ocupa no sea turbulenta en la
mayor parte de su recorrido, sí que nos encontramos pasajes marca Dick®. Momentos de no entender
nada, de cambiar de arriba abajo las reglas del juego, de dudar de si lo que
creíamos que era cierto no lo era en absoluto. Citando al autor:
"La Realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo y no desaparece."