Uno
siempre le tiene un miedo y una risa a las cosas que no conoce o que conoce
mal. Rescatar a Francisco Umbral de la
categoría de cosas a evitar ha sido todo un acierto. A cuántos lugares no estaré
yendo por culpa de lo pesadas que se están volviendo estas alforjas llenas de
prejuicios. Como sea, aquí estoy, herido de muerte, agonizando de alegría ante
la tristeza gamberra de Mortal y rosa.
Un libro que es muchas cosas. Implacable como género literario. Bienvenidos a
la mala hostia documentada de Umbral.
La historia poetizada de cómo me siento
Si
este libro no está en ninguna lista de lecturas obligatorias no es porque no tenga méritos propios para, no ya
forma parte de ella, sino para encabezarla. Creo que en sus escasas 250 páginas
se esconde uno de nuestros buques insignias en cuanto a literatura autóctona
se refiere. Pero no es un libro al uso. Al menos no en el sentido narrativo del
término. Estamos ante un examen emocional del hombre de nuestro tiempo. Un
elegía al niño perdido –en un sentido metafórico y en un sentido literal-. Una
carta de amor hacia la persona cuya mano agarrar antes de rompernos. No, no
para de reinventarse constantemente.