Las
personas podrían clasificarse de modos muy diferentes. Están las que llaman
después de la primera cita y las que desaparecen del mapa y nunca más vuelves a
saber de ellas. Están las que creen en Dios y las que creen en sí mismas. Están
las que desean con todas sus fuerzas llegar al final de Departamento de especulaciones y las que desearían tatuarse cada
extracto en un trozo deshabitado de su propia piel. Yo nunca llamo primero, tartamudeo al hablar de mí y no quería llegar al final. No me siento parte de ninguna clase
elegida. Pero creo fielmente en los libros esquivos. En esa clase de libros
cuya lectura te deja aparentemente con la sensación de que nada ha tenido lugar
y que, sin embargo, no puedes quitarte de la cabeza durante las siguientes semanas. Libros que siembran una idea en tu cabeza sin que te des cuenta, sólo
para hacerte creer que esa idea es tuya y hacerla fuerte y enraizarla profundo.
Libros de los que Christopher Nolan se sentiría orgulloso. Que no se me
malinterprete aquí. La novela de Jenny Offill no cobija trama alguna de ciencia
ficción, los mundos paralelos que plantea este Departamento de especulaciones se reducen a cartas entre amantes
que divagan sobre qué será de ellos. Pero hay algo poderoso que sobrevive tras
las sutilezas de la prosa de esta novela.