
Las
primeras citas son lo único que nos ha quedado de la idea clásica de purgatorio.
¿Quién no ha fingido alguna vez ir al baño para pasar por caja y pagar su parte de la cena
antes de salir por la puerta de empleados? Existe toda una literatura sobre
primeras veces porque hay material suficiente para hablar de ello hasta la
siguiente fase evolutiva, una mucho más sabia en la que, a la hora de conocer a
alguien, se te ofrece un estudio de mercado, un análisis psicopedagógico y una
serie de entrevistas breves con familiares y amigos cercanos al sujeto en
cuestión. Sí, las primeras citas sacan lo peor de ciertas personas,
concretamente de aquellas que se sientan frente a ti. Mi primera cita con David
Foster Wallace fue un error absoluto de fondo y forma. Me pareció insoportable
y repulsivo. Mi primera cita con Lorrie Moore me pareció algo mucho más
terrible. Y es que no hay nada peor que aquello presumiblemente divertido.
Aquello que te subraya Ríase Aquí. Con Foster Wallace pude resarcirme. Admití
mi error y acabé claudicando ante el talento de este señor con problemas
severos de sudoración. Ahora, la justicia cósmica ha puesto a Moore otra vez en
mi camino. Y, para mi sorpresa, me ha gustado, me he reído y he podido relajarme
un poco en el tú a tú. Quizás es hora de que empiece a asimilar que lo que sale
mal en todas mis primeras citas soy yo.