jueves, 7 de abril de 2011

La vida después de Dios


¿Cuál crees que es tu naturaleza? ¿Qué significa para ti el sol? ¿Has soñado alguna vez con volar? ¿Cómo vive uno la vida cuando Dios ha perdido toda la relevancia posible? Estas preguntas y otras muy parecidas son las que intentan responder los personajes de los ocho relatos que forman La vida después de Dios, de Douglas Coupland (Alemania, 1961). Un conjunto de historias que forman un collage perfecto sobre la falta de creencias, los cajones emocionales vacíos y las excusas que usamos para no devolver llamadas que hace mucho estábamos esperando.


Si hay un común denominador en todos los relatos es el miedo a dejar de sentir. Todos los personajes luchan contra ese desgaste emocional que se sufre con los años y las decepciones. Quieren seguir enamorándose, sentir que la vida aún tiene cosas que ofrecerles, quieren segundas oportunidades en muchos casos no merecidas. Quieren algo más de tiempo para arreglar el desastre en el que, sin saber cómo, se han convertido sus vidas. Mujeres que transitan hombres casados por miedo a sentirse degradas como esposas, padres que despiertan un día y ya no tienen familia, hombres incapaces de madurar, mucha gente sola, mucha autorreflexión.

La mayoría de los relatos están por encima de la media, pero si tuviese que destacar alguno sería La vida después de Dios, cuento que le da nombre al conjunto. En él, un hombre visita a los seis miembros de su pandilla adolescente y va analizando cómo han ido cambiando cada uno, para terminar hablando de él mismo y de su pésima vida. Pero si algo bueno tiene Coupland es que no deja a sus personajes completamente solos. Siempre les ofrece un atisbo de esperanza, un cambio de visión, un rayo de luz que les hace al menos intuir que la ruptura con el nefasto día es posible. Y quizás sea esta idea la que más me gusta del autor: a pesar de que los tiempos que corren no son prometedores, siempre queda un plan B. Puede que sea una carretera secundaria, puede que haya que alejarse de las avenidas principales, pero funciona. La salvación está al alcance de todos como si de un producto en oferta se tratase.

Tengo que decir que me ha gustado muchísimo este compendio de historias. Mis viajes en el metro se han convertido en auténticas road movies gracias a estas de pequeñas piezas narrativas que tienen fuerza por sí solas, pero que son invencibles cuando están juntas. En ciertos momentos me han recordado a capítulos de esa maravillosa Six Feet Under (Alan Ball, 2001 -2005), en otros me han arrancado alguna lagrimilla, ha habido momentos de absoluta identificación, momentos de pura epifanía al entender cosas muy elementales, muy básicas. Porque todavía no sabemos qué somos sin Dios, sin tener en cuenta la creencia que cada uno profese. Porque Dios era un concepto muy grande que al eliminar ha dejado muchísimo espacio vacío en el que no sabemos todavía qué poner.


Cuando se es joven, uno siente en todo momento que la vida todavía no ha empezado; que siempre está previsto que la “vida” comience la semana que viene, el mes que viene, el año que viene, después de las vacaciones; en cualquier momento. Pero luego, de repente, eres viejo y la vida no ha empezado como estaba previsto. Te descubres a ti mismo preguntándote: “Bien, entonces, ¿qué era todo eso, ese interludio, esa locura dispersa, todo ese tiempo que antes tenía?”.



Nota: La imagen no corresponde con la portada española.

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