El
frío vuelve a los humanos narrativos. Los reúne en torno a una hoguera o
cualquier otra fuente de calor a contar historias. Propias o ajenas, estas
narraciones siempre acaban hilándose con el sentido de la supervivencia. Alguna
enseñanza para el joven que empieza o alguna confesión final para el viejo que
se despide. Hay algo de conocimiento esencial, de sabiduría explícita en la
historia que contamos a los demás o a nosotros mismos cuando llega el frío. Y
no puedo desligarme de esta idea al leer la novela de Helene Wecker. Porque
lejos de ser un libro al uso, la historia que nos ofrece Wecker va marcada con
esas notas de oralidad propia de los cuentos. Hay elementos fantásticos,
proezas increíbles, amores no correspondidos, villanos y mártires. Sí, y sin embargo
no es esta una fábula para niños. Es la historia que alguien creyó oportuno
guardar para justo este momento. Para que, ya de adultos, tuviésemos que mirar
atrás entendiendo que aún sigue llegando el frío y aún nos queda un par de
cosas por aprender.