He
pasado todo el invierno enterrado en mantas. Me he ocultado del mundo de manera
consciente. Quería pasar todos los meses fríos olvidando todo aquello que
sucedía más allá de mi ventana. Y lo he conseguido. He leído más despacio de lo
normal y he bebido más café del necesario. No sabía que los humanos pudiésemos
hibernar de manera tan eficiente. Pero ha llegado la primavera. Y Michael
Cunningham, con una novela que te da un toque de aviso para dejar ir o para
comenzar.
Sí, ha tenido que llegar La reina de las nieves para que entendiese que el tiempo de las cerraduras había llegado a su fin. Ahora bostezo y escribo sobre gente perdida que se busca entre las calles de Bushwick. Aireo el nórdico en el balcón como si fuese un futón y recomiendo encarecidamente sin levantar la voz la última novela del ganador del Pulitzer por Las horas.
Sí, ha tenido que llegar La reina de las nieves para que entendiese que el tiempo de las cerraduras había llegado a su fin. Ahora bostezo y escribo sobre gente perdida que se busca entre las calles de Bushwick. Aireo el nórdico en el balcón como si fuese un futón y recomiendo encarecidamente sin levantar la voz la última novela del ganador del Pulitzer por Las horas.
He visto una luz
Barret y Tyler son dos hermanos que comparten piso y futuro
incierto en el Nueva York de nuestros días. Han pasado la barrera de la eterna
juventud y siguen perdidos en una consecución de días y planes que no salen del
todo bien. Sentimentalmente, tampoco están con el viento a favor. Barret
encadena rupturas con chicos que siempre acaban dejándolo de manera inesperada.
Tyler, por su parte, está al cuidado de su novia Beth cuyo cáncer terminal
anuncia un desenlace poco prometedor para su historia de amor. Una
noche Barret camina por Central Park y una luz ilumina el cielo de manera extraña. A partir de este hecho, una multitud de
significados y consecuencias empezará a extenderse no sólo a Barret y Tyler,
sino también a toda una red de amigos y conocidos cuyas vidas quedan conectadas
por hilos que no se ven a simple vista.
Toda una radiografía generacional del Nueva York del 2000
en el que el desengaño político, seguido del emocional, configuraban un
escenario que difícilmente pueda volver a repetirse. Unos años de histeria
geopolítica que Michael Cunningham aprovecha con inteligencia para hablar del
miedo público y privado, y de la búsqueda de algo duradero que no se muera
antes que nosotros.
Postales
neoyorquinas del último invierno
Cunningham construye su novela en torno a una serie de
cuadros de personajes en los que saltamos hacia delante sin miramientos. Pasan
meses, noches y personas entre unos y otros. Es el lector quien va enlazando los
puntos entro lo que estaba sucediendo y lo que finalmente tuvo lugar. Esta
forma de contarnos su historia rezuma un aire de obra teatral que funciona. Los
diálogos cobran en este sistema una importancia absoluta y acabas recibiendo
como flechas ciertas afirmaciones, ciertas dudas que puedes asumir como
propias. No en vano creo que es el libro que más he subrayado en mucho tiempo.
Porque si Cunningham es un tipo con talento, esto lo deja explícitamente claro
en el ritmo de los acontecimientos y en el fuego lento en el que se cocinan las
relaciones interpersonales. Una velocidad que no puede ir a más, ya que estas
criaturas han perdido el fuelle del triunfo y han optado por fumarse hasta el
último de los cigarrillos en la escalera de incendios a falta de un plan mejor. Esperando que el tiempo y la ciudad sean amables con ellos
en el sentido más pragmático del término.
La edad de los
milagros

Las ventanas abiertas. La gente que se muere. Y la gente
que se queda, esperando. Un extraño tríptico que comulga con la idea cristiana
de la salvación y con el devenir de las nuevas oportunidades a consecuencia de
la obsolescencia programada. El desenlace como punto de partida y, según
Cunningham, el milagro como resurrección de otros estadios ajenos a la muerte.
Confieso que no me seducía nada este título. Algo que bien podría versar sobre neoyorquinos desconsolados o una drag queen siberiana. Sin embargo, me rindo ante esa capacidad tuya de iluminar novelas que están un poco deslustradas en mi cabeza. Así que, mientras tú hibernas, yo saldré de caza. Cunningham es el objetivo. Aunque te recomiendo mantener siempre un ojo bien abierto... ya sabes, por si me quedo con hambre.
ResponderEliminarHola! Lo cierto es que a mí sí que me llamó desde un principio. Admito que el diseño editorial de Lumen siempre es un plus a tener en cuenta.
EliminarLo de dentro fue una historia de conquista pausada, pero imparable. A mí me alegró encontrarme con un estilo como el de Cunningham, tan poco frenético, tan respetuoso. Ya me dirás qué tal si le das una oportunidad.
Un abrazo!