lunes, 15 de abril de 2013

Ahora es el momento


Spanbauer, uno de los referentes de la literatura queer, vuelve a hacer de las suyas. El precursor del aclamado dangerous writing publicó en 2006 su última novela hasta la fecha, este Ahora es el momento. Y vuelve a dar en la diana presentándonos un relato circular con  una mitología interna de las que hacen época.

Con la facilidad del heno para arder

La América profunda y el catolicismo árido han visto crecer a Rigby John Klusener, un adolescente que vive con su familia en una granja de Idaho. De víctima de matones a tipo duro con las pelotas necesarias para huir, Rigby nos narra su periplo. Su crecimiento vital hasta convertirse en alguien que pueda usar la palabra “yo” sin las interferencias ni el ruido de toda esa mugre que le rodea. Porque no es fácil convertirse en una persona con corazón, capaz de amar en concordancia con uno mismo cuando tu padre es incapaz de tocarte y tu madre sigue al pie de la letra las directrices del Antiguo Testamento.


En ese viaje externo para descubrir lo que lleva dentro, este adolescente jugará con fuego en más de una ocasión. Entre fardos de heno encontrará la mecha que anticipa la combustión espontánea. Y ese amor que alguien tiene que explicarnos se manifestará ante Rigby bajo una apariencia del todo inesperada. Sin hacer ruido, haciéndolo todo arder. Lo preconcebido. Lo falsamente ignífugo.


Ausencia del guardián entre el centeno

Spanbauer es un tipo duro. El material que manufactura no es para cualquiera. No, no hablo de la rudeza narrativa de Ray Pollock. Pero en la vida de este chico también podemos intuir al Diablo a todas horas.

En primer lugar, de principio a fin, la historia pisotea a un protagonista que busca algún gesto de cariño en cualquier desconocido. Alguna palabra amable que pueda ser salvada entre el racismo, la homofobia y la ortodoxia religiosa. Por otro lado, el milagro de la sexualidad vendrá a esta historia con un doble rasero. Y la culpa y el rechazo harán de Rigby la diana perfecta sobre la que lanzar las flechas su anquilosada comunidad.

Por otro lado, tenemos el estilo retorcido del autor. Spanbauer, profesor de Escritura Creativa con método propio, tiene una prosa vertiginosa. Convierte cosas irrisorias en tótems sobre los que hace girar cuestiones fundamentales. La repetición de frases hacen que éstas evolucionen de coletillas insignificantes a mantras esclarecedores de una verdad escurridiza. El aluvión de información que nos lanza el autor en las primeras cien páginas produce un vértigo irreparable. Hay que esforzarse para superarlo.

Y cuando entras, entras. Ya no hay marcha atrás. Después del túnel del horror, llega la luz. Las reglas del juego quedan expuestas. Y aprendes a jugar o eres devorado por la desidia o la desconexión. Nada se interpone entre la caída al precipicio y el protagonista. El lector no puede más que asumir la gravedad del asunto, la gravedad de los cuerpos que nos superan en masa. Y entender que el aprendizaje está implícito en el impacto cuando éste nos destroza sin interrumpir nuestra existencia.


La línea divisoria entre lo correcto y respirar

Seré breve. La literatura queer me produce urticarias. Los lugares comunes en los que ésta transita me hacen sentir vergüenza ajena. Y es tan minoritaria que no puede permitirse el lujo de producir la cantidad ingente de bodrios que origina. Sin embargo, hay un par de autores, dos, tres, cuyas novelas trascienden el encorsetado género y entran a formar parte de aquellos grandes escritores que pueden darse el lujo de prenderle fuego a las etiquetas. Spanbauer es mi héroe adolescente. En 2013, yo tengo 27 años. Él, 57. Los dos estamos lejos del acné invasivo y el onanismo culpable. Sin embargo, puedo retrotraerme entre sus líneas. Volver a redefinir lo que todos somos, lo que podemos llegar a ser y lo que creíamos haber encontrado al mirarnos en aquellas estúpidas historias de amor donde no podíamos buscar referentes.

Ahora es el momento funciona. Bebe de muchas fuentes, pero no está endeudada con nadie. El mito es necesario para cohesionar cualquier historia fragmentada.  Y aquí hay mucho de inventarse dioses y milagros cuando los disponibles no están a la altura de aquellos que no saben quiénes son. De aquellos que como Rigby han tenido que amenazar a la realidad por unas gramos de magia auténtica.

 
Tom Spanabuer  (Idaho, 1946)
Personalmente, el acto sexual con otra persona siempre me ha parecido más que confuso. Es de valientes tener relaciones sexuales, dejar que alguien se te acerque tanto. Durante muchísimo tiempo tuve miedo de mi propia sombra, y no digamos de otro cuerpo humano con corazón. Tanto miedo e ignorancia que superar.

5 comentarios:

  1. Gracias por pasarte Alejandro! Un saludo!

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  2. Hola Sergio,
    Cambio de look y botones para compartir nuevos! :) Bueno, al lío. Me la llevo apuntada. no conozco a Spandauer pero me basta con leer que no cae en los típicos tópicos de las etiquetas aun enarbolando una. Las referencias que citas no pueden resultarme más interesantes así que es una apuesta segura. Como siempre es un placer leerte. Un abrazo.

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  3. Fantástico! Le tengo *mucha* curiosidad a Spanbauer, y ahora aún más, tengo que encontrar una copia barata del famoso "The Man Who Fell in Love with the Moon"...

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  4. - Hola José, sí. Aún perteneciendo a un género muy concreto, deja de lado esas etiquetas y convierte la lectura en un viaje muy interesante. Sus tochos se engullen con facilidad. Eso sí, considero que tiene un estilo muy concreto. Y no todo el mundo participa de él. Ya me dirás!

    - Hola Nit, yo también empecé con "El hombre que se enamoró de la luna". Es más, por el blog anda la reseña de la lectura que realicé hace tiempo. Este, aunque recurre a elementos comunes, tiene otro ritmo interno. Una narrativa menos caótica que "El hombre..." Si lees alguno, ya me dirás. Gracias por pasarte!

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