martes, 10 de marzo de 2015

Claus y Lucas

He acabado siendo víctima de un libro. Sí, un libro me ha hecho bullying, o boolyng, o como se diga cuando un libro te destroza por el simple hecho de ser un ingenuo.  Y es que nada es tan simple como parece. Ni tan superficial como para no ahogarte en el proceso. Sí, el libro de Agota Kristof que publicó allá por 1986, cuando yo acababa de nacer, no es trigo limpio. Es duro en todas las acepciones del término. Y juega contigo. Con la idea de literatura. Y con la multiplicidad de narradores. Este libro ha visto más países que yo. Se ha acostado con más mujeres. Y escupe mucho más lejos. Me siento como Kate Winslet asomada a la baranda del Titanic y manchada por completo con su propia saliva. Tres niveles de realidad. Tres historias contenidas unas en otras. Juegos mentales e identidades solapadas. No, no estoy reseñando la última de Christopher Nolan. Este libro ya estaba en el mundo mucho antes de que este señor hiciese cine.



El regreso innecesario del hijo pródigo

Claus y Lucas son dos gemelos idénticos. Un conjunto indivisible que por azares del destino y por la guerra, acaban en casa de una abuela que los odia y un pueblo habitado por toda clase de alimañas disfrazadas de humanos. Juntos se hacen fuertes y sobreviven a las amenazas que una y otra vez atentan contra ellos. Las técnicas para salir airosos cada vez se vuelven casi tan peligrosas como aquello de lo que intentan defenderse. Esta pérdida de inocencia se vuelve mucho más marcada con el paso de los años, volviéndose contra ellos mismos en un punto de no retorno en el que difícilmente puedan mirarse el uno al otro para encontrarse.

El contexto de una guerra que destruye todo a su paso, desde campos hasta identidades, pone el colofón a un texto que gana en densidad a medida que avanza. Lo que empieza siendo una aventura de niños traviesos, acaba convirtiéndose en una radiografía certera de cómo los hogares a los que volvemos a veces no nos reconocen. Kristof consigue una puesta en escena absolutamente genial. Y habla de la familia y de la redención de un modo tan atroz que difícilmente podremos llamar pródigo al hijo que regresa.



Atrocidades tipográficas

Agota Kristof me da miedo. No querría coincidir con ella. O, cuanto menos, no formar parte de su proceso creativo. Porque lo que esta señora escribe aquí es duro, retorcido y presupongo que cierto. Hay algo terrible en su escritura que respira con facilidad, que se mueve cómodo entre lo real y lo ficticio. Y domina tan bien ese “algo” que no sé nombrar, que puede llegar incluso a usarlo como material sobre el que escribir su novela. Y es que si existe algo en común entre todo el elenco de personajes, es el ansia por contar, por escribir, por narrar con tinta y papel qué está sucediendo tanto dentro como fuera de sus cabezas. Esta necesidad que puedo extrapolar fácilmente a la escritora es algo que nunca antes había visto. Estos personajes necesitan contar. Les va la vida en ellos. Y se pasan páginas y páginas escribiendo para que alguien, cualquier otro, los lea. Pero no es una búsqueda de fama o de reconocimiento. Aquí no hay tiempo para esos abrazos envenenados. Aquí se escribe para que sea otro el que no nos olvide.  Para que venga alguien y rememore con más o menos acierto quiénes fuimos y quiénes no.

A medida que Claus y Lucas van haciéndose mayores, este proceso creativo sobre la vida de ellos mismos se va volviendo cada vez más raro. La densidad de lo que se cuenta está acorde con la oscuridad de la tinta con la que escriben. De ahí que las sutiles y pocas carcajadas de la primera parte queden en el olvido pronto, dando lugar a algo mucho más lúgubre y existencialista que desinfecta toda travesura infantil, borrando incluso a los niños que creímos conocer en un principio.



Nunca dejes que tu reflejo te contradiga

La identidad es la ficción obligada. La historia que estamos obligados a contar. Todos lo hacemos, mejor o peor, pero todos narramos el quién de un modo irrevocable. Aquellos que lo hacen mejor no dejan cabos sueltos. No permiten que los demás rellenen los huecos vacíos con tierra o ideas preconcebidas. Aquellos que lo saben hacer bien no se dejan enterrar vivos por otras identidades.

Y luego estamos los demás.

Construimos la identidad como un relato, con sus giros, sus capítulos decisivos y sus puntos finales. Y la historia va ganando estratos, va ganando en profundidad. Aunque eso no quiera decir que estemos ante una buena historia, es innegable que es única. Lo peor de toda esta cuestión es que el borrador y la versión final suceden a la vez. No existe manera de arreglar el texto. Quizás una nota al final. Pequeña. Y sin mucha repercusión. Pero poco más.

Claus se escribe. Lucas se escribe. Klaus se escribe. Agota se escribe también. Todos aceptan en esta triada de historias que reinventar el quién por puro pragmatismo es cómo decir bondades de un libro que no se ha leído. Un sinsentido de páginas en blanco cuyo lectores compran porque la portada ya les ha convencido. Pero la verdad, cuando llega, sólo te da dos opciones. Que te mates o que te trague la tierra. Porque la verdad, cuando se trata de ese folletín melodramático que es nuestra propia vida, juega el papel de editor. De ese tipo de editores que cogen el manuscrito, lo sopesan y evalúan si sacaría mayor provecho de él publicándolo o usándolo para mantener vivo el fuego. La verdad es un editor que sabe hacer bien su trabajo.


Fotografía de Achim Lippoth

6 comentarios:

  1. Ni lo reseñé, me dio miedo mirar atrás, me dio miedo volver a experimentar con el pensamiento lo que acababa de digerir, con dificultad, mi estómago. Realismo, contradicciones y ante tanta atrocidad, decidí desmarcarme de los horrores del primer libro para quedarme con el Lucas que queda, capaz de acabar con un recién nacido y de las mayores pruebas de amor y lealtad. Y este sentimiento me afectó aún más; me marcó aún más que toda la sangre y la mierda que aparece en el primer volumen. Me hizo más daño. Confesar que el tercer volumen lo leí con cierta desgana quizás producto de la intensidad desbordante de los dos primeros. Un abrazo.

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    1. Sí, la desgana de la tercera parte es compartida. De ahí que no le diese la quinta estrella. Me pareció retorcido no tanto en el qué sino en el cómo Kristof decide narrarlo.

      Lo cierto es que la ambigüedad moral de la obra es lo que más me ha interesado en todo momento. Duro y necesario. Una especie de purgatorio narrativo.

      Volvería a ella sin dudarlo.

      Gracias por pasarte Jose!

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  2. Hola, megustó muchísimo tu reseña. De Agota Kristoff tengo apuntados La analfabeta y Ayer, pero meapunto este también. Saludis :D

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    1. Hola Luis!

      Me apunto ese de 'Ayer' porque no lo conocía. Al de 'La Analfabeta' sí que le tenía puesto el ojo encima. Seguramente repita con la autora porque este libro me ha dejado K.O.

      Gracias por pasarte!

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  3. Me ha gustado mucho la reseña y no conocía ni a la autora ni el libro. Me lo apunto.
    Te sigo y te dejo mi blog por si quieres pasarte :)
    Un beso!
    http://viviendoennuestrocuento.blogspot.com.es/

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    1. Gracias Marina! Espero que le des una oportunidad a Kristof porque se la merece.
      Ya me dirás qué tal!

      Gracias por pasarte.

      Un abrazo!

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