
Desde
que tengo uso de razón literaria siempre he tenido un libro de Haruki Murakami
pendiente. Y aunque no sé si podría entrar dentro de la categoría “autor
prolífico”, lo cierto es que el racionamiento de sus obras han creado una
sensación de perpetua presencia. No conozco a nadie que haya sufrido una sequía
murakaminiana. Este paquete de cuentos me remiten directamente a aquéllos que
yacían dentro de Sauce Ciego, Mujer
Dormida. Aquél fue mi primer encuentro con la narrativa breve del japonés,
un laboratorio de experimentos con fluorescentes parpadeantes que otorgaron a
mi idea de tiempo y espacio un salto evolutivo. Esto lo digo porque he olvidado
muchos pasajes de sus novelas más emblemáticas, pero tengo aún arraigado dentro a un hombre que usa pasta italiana para aislarse o la contemplación de los males
del mundo en el vómito provocado por un consumo excesivo de cangrejo. Sí,
Murakami es ortodoxo en sus novelas y un espíritu kitsune en su narrativa breve. Estos siete cuentos vuelven a dejar
claro la viveza de la fantasmagoría contemporánea. Porque, ¿qué es una historia
de una ausencia sino una historia de fantasmas?
Uno se va y otro se queda
Marcharse
y no volver es quedarse sin hacer ruido. La resignificación de los espacios es absoluta cuando la puerta se cierra del lado que da al exterior. ¿Y quién mejor
que Murakami para hablar de la soledad contemporánea cuando lleva haciéndolo
desde que lo conocemos? En estos siete casos, la soledad es provocada por una
mujer que o bien ya no está o bien aún duerme con nosotros pero con la conciencia
de estar alejándose con cada movimiento exiguo del reloj. Aquí hay hombres
estoicamente desesperados por entender todo lo que han perdido, cartografían un
vacío sin saber a ciencia cierta dónde acaba aquello que los ha abandonado y
dónde comienza aquello que nunca estuvo allí.
Un
actor que interpreta en el mundo real al mejor amigo del amante de su difunta
esposa. Un barman que sufre las consecuencias de no querer aceptar la porción de
dolor que le corresponde. Un fugitivo cuyo único enlace con
el exterior es una ama de casa cuyas historias personales hacen replantearnos
nuestra visión de lo sórdido. Puede que me esté quedando corto al destacar
estos ejemplos, porque el conjunto en general es extraño. Lejos de caer en lo
anecdótico, la capacidad de Murakami sensei
para la creación de imágenes sigue estando en plena forma. Y es que el mero
hecho de imaginar a una adolescente tumbada en la cama del chico que le gusta
oliendo la camiseta sudada con la intensidad de un asmático enamorado mientras
siente calambres en la pelvis es suficiente para entenderlo. Para saber que la
recreación y la pérdida son el revés y el envés de un origami cuya figura no sabemos identificar bien, pero que no nos
resulta extraña del todo.
Por qué sigo leyendo a Murakami
Hay
algo sensitivo y sinestésico en el estilo de este señor que sigue vivo libro
tras libro. Cuando llueve en un libro de Murakami, no es como cuando llueve en
cualquier otro libro. Oler a tierra mojada es común y normal. No sería la
primera vez que me levanto a preparar una taza de café porque ha anochecido en
la historia que estoy leyendo. Porque la madrugada parece infinita para la
chica que espera sin saber bien a qué en un cafetería 24 horas en pleno centro
de Tokio. El sexo, la tristeza, las llamadas telefónicas. Todo reverbera en mi
realidad. Todo cruza de un lado a otro y nunca tengo claro en qué dirección. De
ahí que incluso cuando no está pasando nada (una de las críticas más habituales
que se le lanzan al autor japonés) está teniendo lugar una extensión de lo real
que convierte en una experiencia inigualable hechos anodinos como abrir una
nevera y contemplar lo que se almacena en su interior.
No
soy fan radical de nada. Ni siquiera de Haruki Murakami. Es más, hoy por
hoy, no diría que es mi autor favorito. Pero hay una transferencia de
potestades que lo diferencia del resto. Una violación de los términos de la
lógica que nadie ha conseguido regular aún hoy. Llegará el fin de esta época
dorada. Alguien vendrá y pondrá trabas, aranceles. Una normativa férrea hará
que el paso entre su mundo y el nuestro quede intransitable. Y desde el otro
lado, Murakami volverá a hablarnos de la pérdida como en Hombres sin Mujeres,
pero en un último truco final nos convertirá en la voz narrativa que sufre la
ausencia y en el sujeto perdido que, sin saber dónde se encuentra, ya no se
le permite volver a casa.
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Fotografía de Shuji Kobayashi |
Felicidades por la reseña. La encuentro soberbia, genial y lo mejor de todo: yo también siempre tengo un libro de Murakami pendiente. Lo malo es que ahora tengo 2 y éste es uno de ellos. Y decía lo mejor porque leer tu reseña me ha recordado que tengo que leerlo y que se acerca mi reseña 400 en mi blog y que como número redondo quizás debería reseñar un autor del que si me declaro fan, con su cosas buenas y con sus cosas malas, que las tiene y muchas, pero yo también me veo atrapado en esa extraña magia de su prosa, aunque nos hable una y otra vez de lo mismo. Pero, joder, como lo hace.
ResponderEliminarUn saludo.
Hola David,
EliminarHay quienes están tocados por Murakami y quienes no. No he encontrado aún qué rasgos te hacen pertenecer a un lado u a otro. La magia sucede o no sucede. Hay quienes son incapaces de volver a su mundo onírico y sin sentido y hay quienes no pueden salir. Supongo que entre los misterios y milagros del japonés, habrá que sumar este tipo de polaridad literaria que tiene dividida a medio mundo.
Lo que quiero decir con todo esto es que no retrases más tu entrada en estos cuentos.
Gracias por pasarte!
Hola José. No disfruto de HM, pero sí he disfrutado tu reseña. Quién te dice que un día -un buen día- me caiga la ficha y comience con M. Porque la vida es fluida.
ResponderEliminarMuchas gracias
Si lo haces, éste es, sin duda, un buen punto de partida.
EliminarYa me dirás ; )