Alguien
con quien me acostaba me dio a conocer a Spanbauer. Era un libro usado y
escrito en los márgenes que hablaba sobre vaqueros, padres ausentes y formas de
follar nunca antes vistas. Ya se sabe que aquello que entra con sudor suele
tener una permanencia mucho mayor en nosotros. Todo lo que sabía sobre
literatura cambió en ese instante. Todo lo que sabía sobre sexo e identidades
cambió también, pero un poco más tarde. Ambos descubrimientos no tienen
conexión alguna, pero las circunstancias fueron prácticamente las mismas. El
contexto lo es todo. McLuhan estaba equivocado. No es el medio, sino el
contexto lo que es el mensaje. Y ahora, cada siete años, Spanbauer vuelve a mi
puerta como todos esos hombres intermitentes que vuelven a cualquier lugar
conocido tras una cacería interminable. En este caso, el tío Tom trae una
novela sobre la capacidad de transformarnos ante aquellas personas que llegan a
nuestra vida en el momento exacto. El contexto es el mensaje. El momento es el
mensaje. El sexo es el mensaje. McLuhan no sabía nada de la vida ni de cómo es
eso de follar entre hombres.
Era Nueva York, y eran los ochenta
Si
existe un espacio sagrado y sucio, narrativamente inagotable, ése es la Gran
Manzana durante los años de la guerra fría contra el sida. Los ochenta tuvieron
la capacidad de revivir la idea de plagas bíblicas y la osadía de mandar toda
dogma a la mierda. Es ahí donde Tom Spanbauer coloca dos partes de un triángulo
deslocalizado. Por un lado, Ben y Hank, decididos a convertirse en escritores cuando nadie apostaba por el caballo famélico. Nueva York de fondo y los
miedos de frente. Ben, que siente una atracción creciente hacia un heterosexual
y curioso Hank, acaba creando un tipo de relación para la que no existe nombre,
sólo gradaciones de afecto. Intensidad milimetrada para regularizar la
velocidad máxima permitida a la hora de correrse.
Por
otro lado, Ben y Ruth. Y Oregón de fondo. Años después y te quiero residuales que acotan la
enfermedad que está teniendo lugar dentro del cuerpo de Ben. Una suerte de
deshielo del pensamiento lógico que va ahogando la perspectiva de querer y ser
querido en la dirección correcta. Porque a veces uno sólo puede estar al lado
de quien puede, no de quien quiere. Y este sistema de premios de consolación
acaba salvando a los desconsolados de una caída segura.
En
el acto final Ben, Hank y Ruth en la misma habitación en ese momento en el que
uno no sólo sabe que va a morirse, sino también qué lo va a matar. Tres
versiones de la misma historia que no paran de contradecirse. Tres ciudades:
Nueva York, Portland y Ohio. Tres seres humanos incapaces de ir más allá de sus
cuerpos, como si la materia fuera la única verdad de la que no pueden dudar. La
única verdad con la que pueden defenderse.
La intimidad de los incautos
El
sentimiento que prevalece a la hora de leer cualquier oración de esta novela es
el de intrusión. La sensación de que no deberías estar leyendo algo tan privado
de personas que no conoces, de personas que están metidas en serios problemas
consigo mismas. Es la voz o son las formas, no sé. Tom Spanbauer te habla a
ti, pero nunca tienes la sensación de que tú seas el receptor último de sus
palabras. Tú solamente pasabas por allí. Tú te quedaste más tiempo del
necesario en un fuego cruzado. Spanbauer ha dado forma al lector entrometido.
Al oyente cauteloso. Sus libros son puertas cerradas a los que uno sólo puede
pegar la oreja y rezar para no ser descubierto antes de que alguno de los que
discuten al otro lado suelte una verdad irreparable.
Esta
intimidad descontrolada rebosa de una autenticidad tal que la incomodidad es
necesaria. Nunca me expongo a la obra de Spanbauer como si de una ficción se
tratase. Todo es demasiado directo, hay sangre bombeando en tantas direcciones
que me niego a creer que estoy ante algo muerto. Ante una historia disecada
para complacer a los visitantes.
A lo
que hace Spanbauer, él mismo lo llama escritura peligrosa. Y tras tres novelas suyas
empiezo a entenderlo. Aquí está teniendo lugar un acto incontrolado de
creatividad y confesión. Una reinvención de la noche oscura del alma convertida
en un cuarto oscuro donde uno tiene sexo en y con las sombras. Donde la materia
de lo que nos satisface llega por caminos ilegales, donde nadie sabe nuestro
nombre, pero todos saben lo que somos.
Salir de aquí con dignidad
En
la imprescindible Shortbus (John
Cameron Mitchell, 2006) uno de los personajes, el maestro de ceremonias
interpretado por el propio Cameron Mitchell, confiesa que cuando era joven quería cambiar el mundo, ahora me basta con salir de
esta habitación con dignidad. Hay una corriente subterránea en Yo te quise más que no puedo explicar
del todo bien, pero que tiene que ver con salir con dignidad de un lugar, de
una relación, de la vida. A veces, es a lo máximo a lo que podemos aspirar,
retirarnos a tiempo de una situación en la que nadie saldrá ganando.
Madurar no
es hacerse fuerte, es convivir con las grietas. Y querer no es conquistar sino
rendirse. Avanzar es ir descartando, avanzar es descatalogar nuestro cuerpo teórico
por falta de uso. Aprender es desaprender y adaptarse. El contexto lo es todo.
Spanbauer lo sabe. Y lo explica como si fuese la última voluntad de algún otro
que un día significó mucho. Lo explica con saña, con la violencia que
provoca el miedo de no saberse escuchado. Es muy tarde cuando uno descubre lo
que importa. La esperanza es que no siempre es irremediablemente tarde. En esta
novela la gente se muere sin decirse te
quiero a tiempo. En Ohio, en Nueva York, en el asiento de al lado. La gente
se muere. Y tú crees que lo saben. Que van a morirse, que serán llorados, que
han sido queridos. Pero esta idea siempre parte del que se queda, no del que se
marcha. Decir te quiero o decir lo siento o decir ojalá otra vez. Y entonces sí, salir con dignidad.
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Fotografía de Christoffer Morrirs |
¡Felicidades! He disfrutado tantísimo con esta reseña-ensayo. Los motivos son muchos, el principal es que has expandido el término "escritura peligrosa", lo has interiorizado y desarrollado con una vehemencia y asertividad. Pecando de algo de falta de humildad, creo que por el entusiasmo que profesamos por el autor casi nos podemos considerar discípulos de él. En este caso tomas el testigo y sigues la carrera de relevos. Todo es y está en el contexto, ese es el sustrato del libro, cierto periodo de la vida, cierta ciudad, ciertas horas... Hank dejando de ser Hank bailando borracho a la luz de la luna, Ben siendo tres según EL CONTEXTO. La reseña le llegará especialmente a quien haya leído el libro.
ResponderEliminarTambién en tu análisis me has recordado escritores a los que venero, a alguno aún no lo compartimos pero a uno en especial sí... ¿recuerdas lo que nos enseñó Umbral? El prefijo des- aún significando privación o separamiento nos hace avanzar, deshacerse del intelectual, del hombre que somos para volver al niño que fuimos y a partir de ahí crear, vivir, ver de otro modo.
Y podría seguir y seguir, es un libro especial, una reseña especial pero quizás sea mejor dejar algo para cuando se pueda debatir de manera más interactiva. ¡Enhorabuena! Un abrazo.
Hola José,
EliminarLo cierto es que Spanbauer consigue llevarte a donde quiere. Sus herramientas son extrañas y diversas, desde una puntuación que se salta todas las normas escritas hasta una primera persona que te reabsorbe y te doblega a su voluntad (hay un pasaje en la novela en la que el propio autor bromea sobre cómo sería esta historia si usara la tercera persona, un despropósito…).
Desaprender como lección y querer a las personas correctas. Esto es lo que me queda de un conjunto de vivencias y emociones que agravan el hecho de ser uno mismo.
Aún me queda por leer 'La Ciudad de los Cazadores Tímidos' y creo que no me decepcionará. Porque ya sabemos que Spanbauer funciona bien en todas las direcciones.
Gracias por tus palabras. Y gracias por pasarte.
Un abrazo.