Margaret
Atwood irrumpió en mi vida con una visión del futuro aterradora. El cuento de la criada nos presentaba
un mañana totalitario en el que la religión gestionaba el cuerpo de las mujeres
y las clasificaba por colores en función de su papel en la sociedad. En mi
segunda incursión en el mundo de la autora canadiense miro hacia atrás, hacia
su primera novela, buscando el origen de su prosa y de sus ideas. ¿Y qué he
encontrado? De nuevo, el desasosiego de la mujer provocado por sus múltiples y
poco edificantes roles. En este caso, la presión externa se manifiesta en la
boca del estómago. Tragarse a uno mismo es el recurso fácil para desdibujar
ideas y pensamientos propios. Atwood no alcanzaba ni los 30 años cuando nos
dejó un punto de partida fascinante, un comienzo en su bibliografía que me ha
dejado con hambre de más.
Decir ‘te quiero’ es un trastorno
alimenticio
Nuestra
relación con la comida es digna de estudio. La abundancia del festín o la
frugalidad de la dieta. Somos quienes somos debido al sustento que nos llevamos
a la boca cada día. Y este tipo de relación sistémica reverbera en todos los
campos de nuestra vida. Claro que este planteamiento juega en una doble
dirección. El hambre irrita y los nervios convierten cualquier alimento en el
objeto más repugnante. Nutrirse y tragar no es lo mismo. Y esto es válido para
relaciones como para almuerzos y cenas. La protagonista de La mujer comestible entiende la diferencia. Marian, una joven que
trabaja en una empresa de encuestas, ve cómo todo se tambalea cuando el chico
con el que sale desde hace tiempo le pide matrimonio y la felicidad empieza a traducirse
en ganas de vomitar.
Los
alimentos se ponen en su contra a medida que avanzan los planes de boda. Todo
lo que engulle tiene ojos que la observan y la culpan de sus pautas
alimenticias. Pautas que ha mantenido durante años y que no parecían perniciosas
hasta ese momento. A medida que la situación se vuelve crítica, empezará a
transitar a otras personas con el fin de buscar una respuesta a la incógnita en
la que se ha convertido su estómago. Porque Marian sabe que todo esto va mucho
más allá. ¿Qué está intentando decirle su cuerpo a medida que ella se empeña en
convertirse en la esposa perfecta que no sabía siquiera que quería ser?
Cuando el plato fuerte es el primero
Mantener
la atención de los comensales requiere una estrategia tan elaborada como los
platos que se van a presentar. Haz esperar a la gente por lo que quiere y
tendrás poder sobre ellos. Atwood puso en su día toda la carne en el asador. Y
es que la primera novela es donde todo los defectos y las virtudes de un
escritor salen a la luz. Todo el potencial que podría desarrollarse –en el caso
de que lo hubiese- circula por esa tinta virgen que llena el primer manuscrito
de cualquier autor.
Margaret
Atwood no jugaba en ligas amateurs. La
mujer comestible deja claro que el plan que quería llevar a cabo era mucho
más ambicioso que el de sus coetáneos. Como ella misma dice, su novela fue
considerada protofeminista en unos años 70 mucho más centrados en conflictos
internacionales que en el papel de la mujer dentro de una sociedad incapaz de
definirse a sí misma. Debido a ello, el logro es mucho mayor. Porque si hay
algo que asusta en esta novela es la falta de miedo. El tartamudeo del escritor
que comienza aquí brilla por su ausencia. La autora sabe a dónde va y otorga a
sus personajes el margen necesario para desarrollarse y cautivar al lector en
el proceso
No
diré que es una obra perfecta. Carece del pulso de artificiero que puede
observarse en sus novelas posteriores. Además tiene un comienzo algo lento y
pautado. Pero sin el riesgo a equivocarme, puedo decir que Atwood consiguió con
esta primera incursión mucho más que autores consagrados con sus buques
insignias.
El canibalismo es edificante
Dicen
las voces costumbristas que de lo que se
come se cría, por lo que no veo forma más certera de convertirse en mejor
persona que practicar el canibalismo. Un canibalismo sensato, quiero decir. De
esos que no dejan huesos ni manchas de sangre sobre el parqué. No hay peor
intrusismo que el de las fuerzas de la ley en la cadena alimenticia. Y es que
comerse al otro es integrarlo, asumirlo. Hacerle entender que su forma de ver
el mundo puede entrar dentro de nuestra visión parcial del mismo. Cobijarlo
hasta que nuestro proceso digestivo lo neutralice y acabe siendo parte de un
plan mayor, el nuestro. Esto no es una idea propia. Es así como piensan los
villanos en La Mujer Comestible. La
amenaza constante que sufre Marian en un mundo en el que las chicas dulces
quedan reducidas a un par de calcetines bonitos sobre el asfalto.
Ésta
es la historia de cómo ni siquiera sabes que estás siendo devorado hasta bien
entrado parte del tronco y alguna extremidad. Porque de la sutileza del caníbal
depende su éxito. No dejarse ver masticar. Distraernos de la reducción gradual
de nuestra extensión. Disimular con palabras bonitas el ruido de la mandíbula
al cerrarse. Sí, hay mucho que aprender del acto de ingerir a otro humano. Y de
lo indigesto que puede llegar a ser tragarse a alguien que presenta batalla.
Margaret Atwood con su primera novela te invita a sentarte a la mesa, sin
decirte que quizás no llegues al postre. Toda una anfitriona.
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Imagina una sociedad llamada 'Mi Primer Atwood', algo así como un Alcohólicos Anónimos donde la gente se reúne en círculo y derrama ante un puñado de desconocidos todas esas sensaciones que provoca entrar en el universo de la canadiense. Y ahí estás tú, en primera fila, sosteniendo con vehemencia que el amor y el hambre son emociones estrechamente vinculadas. Tiene lógica. Toda esa saliva que se produce cuando vemos algo que nos gusta. El empleo de la palabra 'visceral' para definir un sentimiento que se sale de la escala. De entre todas las partes del cuerpo, no parece aleatorio que las mariposas decidan asentarse en el estómago... Está claro, pues, que el debut de esta mujer no es convencional; no todos los libros incluyen lecciones magistrales de literatura y gastronomía. Y puesto que Mi Primer Atwood también ha sido un plato de muy buen gusto, la idea de seguir hincándole el diente a su bibliografía se me hace bastante apetecible en estos momentos. ¿Quién sabe? A lo mejor descubro que no me parece tan terrible eso de ser engullido por otro.
ResponderEliminarAbrazos!
Hola Jesús!
EliminarLo cierto es que Atwood no es la primera en asociar emociones a la comida. Pero sin duda, como ella lo plantea, es un plato que entra por los ojos a la primera. Sí, ojalá ese grupo de apoyo del que hablas en el que compartir la capacidad de Atwood para desestabilizarte a un nivel bastante severo. Ya que te has lanzado por el primero, no dudes de ir a por el segundo.
Un abrazo!