martes, 3 de noviembre de 2015

La mujer comestible

Margaret Atwood irrumpió en mi vida con una visión del futuro aterradora. El cuento de la criada nos presentaba un mañana totalitario en el que la religión gestionaba el cuerpo de las mujeres y las clasificaba por colores en función de su papel en la sociedad. En mi segunda incursión en el mundo de la autora canadiense miro hacia atrás, hacia su primera novela, buscando el origen de su prosa y de sus ideas. ¿Y qué he encontrado? De nuevo, el desasosiego de la mujer provocado por sus múltiples y poco edificantes roles. En este caso, la presión externa se manifiesta en la boca del estómago. Tragarse a uno mismo es el recurso fácil para desdibujar ideas y pensamientos propios. Atwood no alcanzaba ni los 30 años cuando nos dejó un punto de partida fascinante, un comienzo en su bibliografía que me ha dejado con hambre de más.




Decir ‘te quiero’ es un trastorno alimenticio

Nuestra relación con la comida es digna de estudio. La abundancia del festín o la frugalidad de la dieta. Somos quienes somos debido al sustento que nos llevamos a la boca cada día. Y este tipo de relación sistémica reverbera en todos los campos de nuestra vida. Claro que este planteamiento juega en una doble dirección. El hambre irrita y los nervios convierten cualquier alimento en el objeto más repugnante. Nutrirse y tragar no es lo mismo. Y esto es válido para relaciones como para almuerzos y cenas. La protagonista de La mujer comestible entiende la diferencia. Marian, una joven que trabaja en una empresa de encuestas, ve cómo todo se tambalea cuando el chico con el que sale desde hace tiempo le pide matrimonio y la felicidad empieza a traducirse en ganas de vomitar.

Los alimentos se ponen en su contra a medida que avanzan los planes de boda. Todo lo que engulle tiene ojos que la observan y la culpan de sus pautas alimenticias. Pautas que ha mantenido durante años y que no parecían perniciosas hasta ese momento. A medida que la situación se vuelve crítica, empezará a transitar a otras personas con el fin de buscar una respuesta a la incógnita en la que se ha convertido su estómago. Porque Marian sabe que todo esto va mucho más allá. ¿Qué está intentando decirle su cuerpo a medida que ella se empeña en convertirse en la esposa perfecta que no sabía siquiera que quería ser?


Cuando el plato fuerte es el primero

Mantener la atención de los comensales requiere una estrategia tan elaborada como los platos que se van a presentar. Haz esperar a la gente por lo que quiere y tendrás poder sobre ellos. Atwood puso en su día toda la carne en el asador. Y es que la primera novela es donde todo los defectos y las virtudes de un escritor salen a la luz. Todo el potencial que podría desarrollarse –en el caso de que lo hubiese- circula por esa tinta virgen que llena el primer manuscrito de cualquier autor.

Margaret Atwood no jugaba en ligas amateurs. La mujer comestible deja claro que el plan que quería llevar a cabo era mucho más ambicioso que el de sus coetáneos. Como ella misma dice, su novela fue considerada protofeminista en unos años 70 mucho más centrados en conflictos internacionales que en el papel de la mujer dentro de una sociedad incapaz de definirse a sí misma. Debido a ello, el logro es mucho mayor. Porque si hay algo que asusta en esta novela es la falta de miedo. El tartamudeo del escritor que comienza aquí brilla por su ausencia. La autora sabe a dónde va y otorga a sus personajes el margen necesario para desarrollarse y cautivar al lector en el proceso

No diré que es una obra perfecta. Carece del pulso de artificiero que puede observarse en sus novelas posteriores. Además tiene un comienzo algo lento y pautado. Pero sin el riesgo a equivocarme, puedo decir que Atwood consiguió con esta primera incursión mucho más que autores consagrados con sus buques insignias.


El canibalismo es edificante

Dicen las voces costumbristas que de lo que se come se cría, por lo que no veo forma más certera de convertirse en mejor persona que practicar el canibalismo. Un canibalismo sensato, quiero decir. De esos que no dejan huesos ni manchas de sangre sobre el parqué. No hay peor intrusismo que el de las fuerzas de la ley en la cadena alimenticia. Y es que comerse al otro es integrarlo, asumirlo. Hacerle entender que su forma de ver el mundo puede entrar dentro de nuestra visión parcial del mismo. Cobijarlo hasta que nuestro proceso digestivo lo neutralice y acabe siendo parte de un plan mayor, el nuestro. Esto no es una idea propia. Es así como piensan los villanos en La Mujer Comestible. La amenaza constante que sufre Marian en un mundo en el que las chicas dulces quedan reducidas a un par de calcetines bonitos sobre el asfalto.

Ésta es la historia de cómo ni siquiera sabes que estás siendo devorado hasta bien entrado parte del tronco y alguna extremidad. Porque de la sutileza del caníbal depende su éxito. No dejarse ver masticar. Distraernos de la reducción gradual de nuestra extensión. Disimular con palabras bonitas el ruido de la mandíbula al cerrarse. Sí, hay mucho que aprender del acto de ingerir a otro humano. Y de lo indigesto que puede llegar a ser tragarse a alguien que presenta batalla. Margaret Atwood con su primera novela te invita a sentarte a la mesa, sin decirte que quizás no llegues al postre. Toda una anfitriona.



2 comentarios:

  1. Imagina una sociedad llamada 'Mi Primer Atwood', algo así como un Alcohólicos Anónimos donde la gente se reúne en círculo y derrama ante un puñado de desconocidos todas esas sensaciones que provoca entrar en el universo de la canadiense. Y ahí estás tú, en primera fila, sosteniendo con vehemencia que el amor y el hambre son emociones estrechamente vinculadas. Tiene lógica. Toda esa saliva que se produce cuando vemos algo que nos gusta. El empleo de la palabra 'visceral' para definir un sentimiento que se sale de la escala. De entre todas las partes del cuerpo, no parece aleatorio que las mariposas decidan asentarse en el estómago... Está claro, pues, que el debut de esta mujer no es convencional; no todos los libros incluyen lecciones magistrales de literatura y gastronomía. Y puesto que Mi Primer Atwood también ha sido un plato de muy buen gusto, la idea de seguir hincándole el diente a su bibliografía se me hace bastante apetecible en estos momentos. ¿Quién sabe? A lo mejor descubro que no me parece tan terrible eso de ser engullido por otro.

    Abrazos!

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    1. Hola Jesús!

      Lo cierto es que Atwood no es la primera en asociar emociones a la comida. Pero sin duda, como ella lo plantea, es un plato que entra por los ojos a la primera. Sí, ojalá ese grupo de apoyo del que hablas en el que compartir la capacidad de Atwood para desestabilizarte a un nivel bastante severo. Ya que te has lanzado por el primero, no dudes de ir a por el segundo.

      Un abrazo!

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